Guayana,
como cualquier otra región, no puede escapar de la realidad de los cambios y de
las variaciones que se aprecian a medida que transcurren los años y se suceden
generaciones.
Antes, por ejemplo, cuando no había otro
medio mejor, se anunciaba la transición del año en Ciudad Bolívar disparando
justo a las doce de la noche un cañonazo desde lo alto del Cerro del Zamuro. El disparo bañaba con su resonancia a toda la
ciudad. Se hacía con un cañón llamado “Burro
Negro”.
Burro Negro era un cañón grande montado
sobre un par de ruedas radiadas del cual todo el pueblo tuvo pendiente en
diciembre de cada año. El que tal vez
fue en un tiempo arma de muchas batallas, había quedado en tiempos de paz como
pregón para anunciar con su estampido la llegada de un nuevo año.
Los soldados del Batallón Rivas
acuartelados en el Capitolio como antes se llamaba la hermosa Casa de la Plaza
Miranda que estuvo luego ocupada por la Prefectura y Comandancia de Policía,
cuidaban y custodiaban a Burro Negro y cada noche del 31 de diciembre lo rodaban
hasta El Zamuro, lo atascaban con pólvora y arcilla y a la media noche
retumbaba Burro Negro con toda la fuerza y poderío de su carga haciendo más
sonora y emotiva la llegada del Año.
Después llegó el tiempo en que Burro
Negro no pudo más y en la medianoche de un 31 de diciembre se desintegró en su
propia y última onda de salitre, carbón, barro y azufre, sepultando así unos
cuantos años de tradición. Presintió tal
vez el advenimiento de otra forma más moderna – la Radio – de anunciar la
transición del año viejo al año nuevo.
El porqué se escogió un arma de guerra
para anunciar la venida del Año Nuevo cuando más profundo y sincero es el
anhelo de paz y amor, no lo sabemos.
Acaso venía como reminiscencia de las salvas para los grandes acontecimientos
que se producían en Angostura cuando era sede de los Poderes Supremos de la
República.
Pero lo cierto es que con “Burro Negro”,
al acabarse como suelen acabarse o transformarse todas las cosas del mundo
terrenal, el anuncio del Año Nuevo quedó circunscrito a las doce campanadas del
reloj de la Catedral reforzadas con los pitos, sirenas y guaruras de los barcos
anclados o surtos en el río. Luego la
tecnología moderna ha colocado receptores de radio y televisión en los hogares y ahora, en vez de cañonazos,
campanadas o sirenas, nos emocionamos al filo de la media noche con las notas
del Himno Nacional anunciando que un Nuevo Año llega cargado con todas las
promesas y esperanzas de la humanidad. (AF)
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