Luis Carlos Obregón expuso “Lo Místico y los Cósmico” junto con su esposa Omaira Granado en uno de las mayas de la red de Galerías de Arte que en el ámbito nacional sostiene el Ministerio Popular de
Las obras tridimensionales igualmente están dentro de ese
concepto que irradia volumen y movimientos virtuales imposible de contener en
la retina sin la ilusión y emoción de lo inextricable.
Es en el fondo la representación del mundo actual que el
artista intenta suavizar con el color eurítmico que es la descomposición de la
luz a través de su prisma arquetipal.
Luis Carlos Obregón nacido en El Tigre se hizo angostureño
desde muy temprana edad que su Madre lo trajo para que conociera el Orinoco a
riesgo de que transformara la temporalidad en una permanencia que ya por lo visto, no tiene cejo ni retorno.
Aquí en la Ciudad Bolívar
de las chalanas y los chamanes, de los mereyes y los mangos, encontró ese mundo
que lo ausentaba de su Madre por tiempos indefinidos al lado de puntuales
coetáneos como Latorraca que entonces provisto de guitarra y melena disparaba
líneas vectoriales y de José Rosario Pérez que al igual que Omar Granado no
podía pintar sin la música clásica a todo volumen.
Un día de aquellos, creo que de los setenta, se detuvo a su
paso ante la puerta abierta de la Corresponsalía el médico pediatra recién salido de la Sorbona , Gervasio Vera
Custodio y me dijo así como extasiado “Te compro ya ese cuadro”. Era una obra expresionista grande de Obregón
que colgaba del muro central.
Ofreció una buena suma que me hizo retroceder. Después andaba como esos cristianos mordidos
por la serpiente de la conciencia pues sabía de la estrechez económica del
artista y del sacrificio que hacía para salir adelante en el Centro Gráfico del
Inciba en Caracas. Para nada valió mi
fidelidad moral y ética al tratar de conservar lo que había sido un regalo,
pues un día cualquiera el cuadro desapareció por obra y gracia de
birlibirloque.
Sí. Obregón luego de
haber estudiado dibujo y pintura en el taller Regional del Inciba en Ciudad
Bolívar con Dámaso Ogaz, Carlos Olavarrieta y Rubén Chávez, aprovechó la
primera ocasión para irse a Caracas a perfeccionar sus estudios locales en el
Centro Gráfico del mismo Inciba donde realizó cursos de grabado, serigrafía y
fotografía y no satisfecho se inscribió en la Cristóbal Rojas
que fue escuela de Soto, Alejandro Otero y Régulo Pérez para finalmente
concluir estudiando diseño gráfico en la Escuela de Artes de la Universidad Central
de Venezuela.
Sus velas de navegante del arte las vino arriar en el puerto
fluvial de Ciudad Bolívar donde se quedó para siempre poniendo a prueba su ojo
de fotógrafo como reportero gráfico de El Bolivarense y Corresponsalía de El
Nacional sin llegar nunca a poner de lado su oficio vocacional de artista
plástico. Esa ha sido la
tragedia de los artistas: para sobrevivir, tienen muchas veces que hacer
algo distinto hasta consagrarse o tirar la toalla como le ocurrió a tantos
pintores de aquella generación de jóvenes que llevó a la siguiente expresión de Fernando Track: “Guayana es una cantera de
artistas”. (AF)
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