viernes, 30 de diciembre de 2016

La Ronda de los Niños

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Podríamos decir que diciembre más que un anciano de luengas barbas tiene parecido, figurado claro está, con los niños.  Los niños constituyen el eje y centro de ese tiempo en que la Tierra termina su ciclo en torno al Sol.  El niño alegre, amoroso y saltarín tan bien reflejado en la tradicional Ronda  que desde la Colonia hasta mediados del siglo veinte se jugaba en Ciudad Bolívar, especialmente en las escuelas.
En el jardín o patio de la escuela los niños hacían un cerco con sus manos entrelazadas para que cautivo quedase aunque fuese durante el tiempo de recreo, el resto de Dios que es la alegría.  Porque diciembre está identificado con la alegría, la interrelación fraterna y la armonía.  De allí que poetizando sobre la guerra y los Generales tiesos, Héctor Guillermo Villalobos, invita a los uniformados a detenerse en las plazas para olvidarse del enemigo cierto o imaginario y sentir fluir la alegría de los niños que en rueda bajo los árboles juegan, cantan, brincan y ríen.
         Y es que el romancero vivió esa época no hace tanto de la Angostura que se reconfortaba en ese remanso de la infancia que son, entre tantos juegos, la Ronda de los Niños: “Crece  la rueda.  Crece la música / Suben danzando las voces claras / El aire vibra rubios enjambres / El sol voltea sus campanadas”.
         Esta estrofa pudiera ser una pieza más del repertorio de las Rondas que nos trajeron de España los colonizadores y luego con el cantar y el pasar del tiempo se hizo una  tradición que lamentablemente no ha podido perdurar por la transculturación de otros valores foráneos que acaso por snobismo o consonancia con las innovaciones tecnológicas se han acomodado a la idiosincrasia de nuestras generaciones tanto de maestros como de alumnos.
Quien de los mayores no atesora en su memoria alguna remembranza de sus juegos infantiles, y haber participado en alguna ronda como “Mambrú se fue a la guerra / ¡Que dolor, que dolor, que pena! / Mambrú se fue a la guerra / no se cuando vendrá / ¿Vendrá para la Pascua? / Que dolor, que dolor, que pena / Llegará por Pero Seco / o por La Trinidad”.
“Muy buenos días, su señoría / Mantantiru –Liru-la / ¿Qué quiere, su señoría? / Mantantirú –Liru-lá /
La Farolera tropezó / y en la calle se cayó / y al pasar por un cuartel / se enamoro de un Coronel/”.
Las rondas son cantos rítmicos que se acompañan de una danza, casi siempre formando un círculo o rueda con gran carácter ritual, que recuerdan a la época en que las comunidades se reunían para hacer invocaciones a la naturaleza o alguna otra clase de ruegos.
Muy popular fue en la Ciudad Bolívar de comienzos del siglo pasado  “Cantaba la rana”, ronda original de España pero conocida en casi todos los países latinos. Y como en los casos de todas estas canciones tradicionales, varían sus versiones, según la ciudad o pueblo de adopción.
“Cucú, cucú, cantaba la rana, Cucú, cucú, debajo del agua. Pasó un marinero, Cucú, cucú, llevando romero. Cucú, cucú, pasó una criada, Cucú, cucú, llevando ensalada. Cucú, cucú, pasó un caballero, Cucú, cucú, con capa y sombrero.
Cucú, cucú, pasó una señora, Cucú, cucú, llevando unas moras.
Cucú, cucú, le pedí un poquito; Cucú, cucú, no me quiso dar.
Cucú, cucú, me puse a llorar.
Una de las versiones agrega un párrafo aquí que dice: -¿Por qué?- Porque la india Juana me ha cortao la pata. -¿Dónde está la india Juana?
-Se ha ido a traer agua. -¿Dónde está el agua? -La han tomado los bueyecitos.
-¿Dónde están los bueyecitos? -Se han ido a arar. -¿Dónde está el arado?
-Lo han picoteado las gallinas. -¿Dónde están las gallinas? -Se han ido a poner huevos.
-¿Dónde están los huevos? -Los ha comido el fraile. -¿Dónde está el fraile?
-Ha ido a decir misa. -¿Dónde está la misa? -¿Dónde está la misa?
-Se ha hecho ceniza. (En la foto escultura “La Ronda” del artista margariteño Francisco Narváez) (AF)


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