Como cualquier ser humano
común y corriente, pero con espíritu jovial, a Bolívar le gustaba el baile
aunque con el tiempo, a medida que iba saliendo de la guerra, pero agravándose
los problemas políticos y de salud, esa afición fue decayendo.
Su baile preferido era el valse y danzaba horas seguidas
cuando encontraba buena pareja. Llegó a
decir Bolívar a su edecán Perú de Lacroix que el baile lo inspiraba, y excitaba
su imaginación de manera tal que muchas veces, estando en campaña, alternaba el
baile con la tarea de escribir y despachar órdenes cuando por la noche había
fiesta en alguna ciudad, pueblo o villa del lugar donde acampaba su ejército.
“Hay hombres – decía – que necesitan estar solos y bien
retirados de todo ruido para poder pensar y meditar; yo en cambio, reflexiono y
medito en medio de la sociedad, de los placeres, del ruido y de las balas”.
Y así como le aficionaba el baile, también le gustaba el
vino y elogiaba sus virtudes. “Es una
de las producciones de la naturaleza más útiles para el hombre; tomado con
moderación fortifica el estómago y todo el organismo. Es un néctar sabroso y su más preciosa virtud
es la de alegrar al hombre, aliviar sus pesares y aumentar su valor.”
Anecdóticamente comentó en cierta
ocasión cómo una simple botella de Vino Madera le hizo cambiar de decisión y
ganar una batalla que parecía imposible.
El vino madera es un vino generoso originario de la
isla portuguesa del mismo nombre. Tiene un rico bouquet, sabor muy agradable y
un bello color ámbar oscuro. Modernamente se bebe como aperitivo o vino de
postre, pero en tiempos de la colonia era por lo leído un licor muy buscado y
era el que sin duda prefería el Libertador.
Uno de los tantos legionarios ingleses llegado a la Angostura del Orinoco
dice en sus memorias hablando de la ciudad lo siguiente: “Bordeando la calle mayor había algunas
casas de piedra, unas tiendas y una taberna con billar y mesas de juego, donde
la cerveza oscura tenía fama de excelente, pero donde el melindroso Hisppiley
encontró el Vino Madera. En el extremo
oeste de la ciudad estaban las casas de los pobres (Perro Seco), hechas casi
todas de bahareque”.
Empero si bien el vino agradaba al Libertador, trataba de
evitarlo debido a que lo excitaba en extremo.
Exaltaba de tal forma su temperamento que lo hacía según el caso
escenificar comportamientos fuera de todo orden y protocolo como el que tuvo al
final de un banquete ofrecido en Angostura a Juan Bautista Irving, comisionado
especial del Gobierno de los Estados Unidos.
En sus Leyendas Históricas, Arístides Rojas cuenta que Bolívar, al
llegar el momento de los postres, se subió a la mesa y pisando de un extremo a
otro cuanta losa y cristalería había en ella, prorrumpió enardecido al calor de
la conversación: “Así, así iré yo del Atlántico al Pacífico y desde
Panamá a Cabo de Hornos, hasta acabar con el último español.” Esto, al parecer, se hizo una constante pues
en el Alto Perú en 1924 – escribe el general Francisco Burdett O’Conor-,
Bolívar dio un banquete a los jefes oficiales con ocasión de la reunión de las
unidades del Ejército Libertador y al contestar un brindis suyo, exclamó
alzando la copa “Este es un brindis” Luego saltó sobre la mesa, vació la
copa y la estrelló contra la pared de la sala.
En Arequipa en 1825 en un banquete que ofreció el general argentino
Rudesido Alvarado, hizo algo parecido.
Las explosiones temperamentales casi desbordando las copas por lograr la
libertad de América. De todas maneras,
Bolívar era indudablemente un genio y a decir de Séneca “no ha habido hombre
genio extraordinario sin mezcla de locura” (AF)
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