Setenta y dos personas se reunieron la noche del 21 de enero de 1988, en el auditorio del Colegio de Abogados y emitieron un documento convocando a la ciudad capital para batallar su propia salvación.
Profesionales de todas las disciplinas estuvieron de acuerdo en que la capital bolivarense padece un “injusto y peligroso marginamiento” no obstante su rol histórico y principal puerto fluvial antes de que se diera el boom del hierro en la confluencia Orinoco-Caroní.
A través del documento emitido se reclama “apoyo activo y urgente para desarrollar la cívica batalla que coloque a Ciudad Bolívar en el sitial que legítimamente le corresponde”.
“Persuadidos –asienta el documento- que la historia juzgará con rigor a quienes de alguna manera resulten culpables de que nuestros hijos hereden una ciudad disminuida y a quienes por menguado proceder no se hayan sumado al coro de voces que pide a gritos que se respete nuestro derecho a trabajar, estudiar, amar, vivir y morir en nuestra ciudad. Cansados de ver y sufrir la ausencia de nuestros seres amados que tienen que marcharse a otras regiones del país, en éxodo que merma cada vez más nuestras posibilidades de desarrollo, empujados por la necesidad de su nivel de vida, hemos decidido constituir un movimiento apolítico, sin propósitos electorales, integrado por personas que profesan las distintas ideologías que se agitan en el universo político venezolano para la defensa y desarrollo de Ciudad Bolívar, lo cual será nuestro único e irrevocable objetivo”.
El movimiento no aspiraba de ninguna manera “monopolizar la querencia por el terruño sino servir de elemento cohesionador de la capacidad y el esfuerzo disperso en la lucha por lograr una ciudad en función del bienestar del hombre.
Este movimiento ciudadano a favor de la ciudad es uno de varios que han surgido y desaparecido desde el surgimiento de Ciudad Guayana como centro minero, energético e industrial del Estado Bolívar, auspicioso de un centralismo en detrimento de la capital tradicional.
La primera gran batalla la dio, como bien tenía que ser, el Concejo Municipal presidido por Luis Felipe Pérez Flores cuando se mutiló el territorio del Municipio Heres para la formación del Distrito Municipal Caroní. Después de allí, la Municipalidad se ha dejado quitar el rol por grupos de ciudadano alertas.
Así surgió el movimiento auspiciado por Elisa Rodríguez Landaeta, Rosalía Isea, María Eugenia Villalón, Mildre Egui Boccardo, Horacio Cabrera Sifontes y Américo Fernández a favor de la declaración del Casco urbano como Patrimonio Cultural de la Nación; el movimiento liderado por el periodista José Manuel Guzmán Gómez ampliamente respaldado por diario El Expreso, pero que eclipsó al convertirse Guzmán Gómez en candidato a Gobernador. La Cámara de Comercio aupó otro movimiento en el que estuvo comprometida María Capella y por último, como sobreviviente de estos movimientos, “Ciudadanos de Angostura” presidido por la doctora Nalúa Silva Monterrey que tiene como tribuna un programa radial sabatino por la FM Onda.
Pero de nada ha valido tanto impulso cívico para salvar a la ciudad capital.
La falta de continuidad administrativa ha dejado obras inconclusa como el Centro de las Artes y el Teatro, otras han sido desviadas como el Jardín Botánico del Orinoco. Frenado el proceso de revitalización integral del Casco Histórico, paralizado el desarrollo industrial de Los Farallones, olvidado el proyecto del Acuario del Orinoco y el Museo de Ciencias, preteridos el Museo de Ciudad Bolívar en la casa del Correo del Orinoco y el Museo Histórico de Guayana.
A la obra arquitectónica de El Mirador la intervinieron y colocaron puertas de hierro Santamaría y la subsede del Banco Central de Venezuela piensa edificarla en Ciudad Guayana.
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