Este liviano y vistoso artefacto que colmaba de alegría con sus sonoras trompetas el cielo angostureño, nos viene desde tiempos muy remotos, mucho antes de la venida de Jesucristo.
Los italianos atribuyen el invento a un paisano de nombre Aquitas de Tarento, nacido 430 años antes de Jesucristo. Sin embargo, los chinos atribuyen la invención a un antiguo guerrero de nombre Han Sin, quien lo concibió con fines bélicos, también mucho antes de la venida de Jesús.
Lo cierto es que los cometas han sido utilizados no sólo por los guerreros, sino por la ciencia en las observaciones meteorológicas y, antiguamente, por los ingenieros en la construcción de puentes. Benjamin Franklin lo empleó para cerciorarse de que la electricidad y el rayo son una misma cosa. Pero después que los aerostatos volaron, y también los aeroplanos y otros artefactos más técnicos y complicados, los humildes voladores perdieron un tanto su utilidad científica y quedaron reducidos a la esfera de los niños que hicieron de ellos su juego preferido.
En los países como China, Japón y Corea, el juego de remontar los cometas es tradición arraigada desde los tiempos más lejanos; inclusive se conecta con leyendas, como aquella según la cual aleja a los malos espíritus. Los chinos le consagran el noveno día del noveno mes de cada año, y los japoneses durante el festival infantil que se celebra el 5 de mayo, lanzan sus cometas de las formas y colores más variados.
En Venezuela, y particularmente en Ciudad Bolívar, la afición de elevar voladores o cometas nos vienen desde la Colonia, al igual que en otros países de la América Latina, como México, donde nuestro tradicional volador recibe el nombre de “papalote”.
En nuestro país, además de cometa y volador, también se le dice “papagayo” y “barrilete”, y los hay de formas múltiples, representando peces, pájaros, mariposas, murciélagos, mujeres y hasta instrumentos musicales, provistos de una cola larga y una lengüeta de papel tras la trompeta que vibra con el viento.
La emoción del papagayo prácticamente se ha perdido y solamente de él está quedando el recuerdo o la vivencia trasladada a los libros, como esta de Juan Rulfo, en “Pedro Páramo”:
Pensaba en ti, Susana. En las lomas verdes, cuando volábamos papalotes en la época del aire. Oíamos allá abajo el rumor viviente del pueblo mientras estábamos encima de él, arriba de la loma, en tanto se nos iba el hilo de cáñamo arrastrado por el viento.
“Ayúdame, Susana”. Y unas manos suaves apresaban nuestras manos. “Suéltame más hilo”.
El aire nos hacía reír, juntaba la mirada de nuestros ojos, mientras el hilo corría entre los dedos detrás del viento, hasta que se rompía con un leve crujido como si hubiera sido trozado por las alas de algún pájaro. Y allá arriba, el pájaro de papel caía en maromas arrastrando su cola de hilacho, perdiéndose en el verdor de la tierra. (AF)
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