Ivo Farfán, guitarrista clásico, atraído por los inconfundibles ritmos del Jazz, publicó hace años una plaquette, sobre un personaje casi leyenda de la Ciudad Bolívar de la primera mitad del siglo pasado.
Este personaje, Félix Mejías, rara vez escapa de la tertulia musical y de los conciertos populares. Posiblemente por esa presencia constante en la memoria musical bolivarense, Ivo Farfán se propuso, como ayer con Alejandro Vargas y Fitzí Mianda, atraparlo en su pluma de cronista de esta disciplina que él cultiva desde sus tiempos más tempranos.
Sus composiciones estuvieron generalmente asociadas a sus novias reales e imaginarias y a un singular como creativo anecdotario muchas veces deformado por la tradición popular.
La percepción que tengo del trabajo de Ivo Farfán es que Félix Mejías era un músico magro que no tuvo más familia que su violín, su perro “Ulises” y su fantasía rondando en torno a los amores imposibles como Edelmira, Lina Torres y María de Lourdes Aguilera pertenecientes a una sociedad a la cual no tenía acceso sino como músico carismático y ocurrente que solía imprimirle a las cuerdas del violín al ritmo intranquilo de su vida, internada en el Zanjón donde la aridez de las piedras monumentales solo se apaciguaba con el paisaje profundo del Orinoco y las frotadas cuerdas de su instrumento
El Luchador del 4 de agosto de 1932, da cuenta de los éxitos y trascendencia de este músico y compositor contratado por la Brunswick Record Corporation a través de su agente en Ciudad Bolívar, Carlos Carranzas, para grabar sus valses Feliz regreso, Rayo de luz, Adoración y Mi dulce Carmen.
Félix Mejías, no obstante haber nacido en el centro llanero del país, siempre se tuvo como bolivarense. Sucedía porque llegó joven a la capital orinoquense traído de la mano por su pariente el Vicario Apostólico de la diócesis de Guayana, Adrián María Gómez, quien tuvo más de un disgusto con él por estar acentuadamente ligado a la bohemia bolivarense como Luis Tovar , el pariente del poeta Héctor Guillermo Villalobos, para arriba y para abajo con su violín inseparable amanecido e impregnado de sereno por las parrandas y largas serenatas ventaneras, vestido de paltó y corbata negra, con sombrero de pajilla, del Mercado al Morichal y de Perro Seco al Tapón, tocando y cantando bambucos de honda nostalgia, valses de lento dolor y jarabito mexicano.
Así como la Barca de Oro de Alejandro Vargas tiene su historia conectada con el pueblo de Palmarito, la tiene igualmente el popular vals “Feliz regreso” de Félix Mejías. Una historia real o de anecdótica ocurrencia, según la cual no sería “Feliz regreso” sino “Félix regresó”, pues Félix Mejías la habría compuesto para celebrar su retorno a la ciudad luego de varios días de ausencia en su nativa tierra de Aragua de Barcelona o en los Castillos de Guayana la Vieja a donde lo habría relegado de la sociedad bolivarense un gobernante a quien le habría hecho el músico un desplante virtualmente imperdonable. (AF)
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