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jueves, 5 de octubre de 2023
MONCHO RAY
Varios días después fue hallado su cadáver y de la misma forma como yacía sobre el pavimento fue sacado en camilla y lanzado en una fosa del ya viejo cementerio de Jobo Liso. De manera que tuvo un final desgraciado por escalofriante, no por haber muerto de infarto porque al fin y al cabo las enfermedades cardiacas figuran de primera en la agenda de morbilidad y mortalidad de nuestra demografía, sino por la forma como ocurrió, fue manejado y divulgado el suceso de su ultimidad. Cuando el amigo Amílcar Fajardo me trasmitió telefónicamente la noticia, me dolió profundamente porque además de ser vecino del Casco Histórico, aunque con un trato comedido, disfruto diariamente, expuesta en mi sitio de trabajo, de una de dos obras que en distintas ocasiones me regaló muy espontáneamente. La última, que por cierto me birlaron por descuido, era un haz expandido de rosas, seguramente de las que faltaron el día de su entierro brusco y despiadado, sin que alumbrase un solo cirio ni se oyera un solo rezo. La obra (en la foto) es una pintura pop de los años sesenta que a golpe de vista parece la última cena de Jesús, pero no es esa figuración exactamente sino otra más íntima exteriorizada sin el academicismo clásico, pero tampoco sin la violencia sintomática de los expresionistas, Toda su obra aparece firmada Moncho Ray. Era su nombre de artista y de batalla. Nunca, o escasas veces, utilizó el auténtico Ramón Antonio Rey. Es que en el Oriente venezolano, a quienes calzan el nombre de Ramón le dicen Moncho y lo de Ray; me figuro que viene por Man Ray,; famoso fotógrafo francés que hizo con las películas impresionantes experimentos surrealistas (se pueden ver en el Museo Soto). Moncho Ray también abrevó en esa fuente y observándolo bien en la pintura de mi oficina, percibo que nunca estuvo alejado de esa
corriente. Le gustaba confrontar su obra con la de otros artistas y por eso empleaba parte de su tiempo en organizar colectivas. Las últimas de su existencia tuvieron lugar en las sedes del Colegio de Abogados y Colegio de Médicos. La que venía a continuación la tenía pautada para el aniversario del Club La Cancha.
En aquella ocasión sugerimos a la Dirección de Cultura que debía cuidar de que esa colectiva se lleve a feliz término como homenaje a quien vivía solo y nunca tuvo un mecenas, a quien pintaba a toda hora en un cuarto taller azotado por rateros, frente a la casa donde nació y murió asesinado Tomás de Heres, prócer a quien también cruzó la fatalidad bajo el candilazo traicionero de un trabuco naranjero. Lo del infortunado pintor venido de El Tigre a abrevar en las aguas Orinoco, siempre de gorra y una expresión picasiana, también fue un asesinato, pero después de su muerte. Podríamos decir que lo asesinaron después de muerto. El pintor José Martínez Barrio murió en la misma situación, pero la inhumación de sus restos fue más digna. (AF)
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