El poeta José Sánchez Negrón, a quien los escritores bolivarenses
honraban con un Premio Anual de Poesía que llevaba su nombre, fue un poeta muy
singular que practicaba como Jorge Luis Borges la filosofía esotérica. Conocía de sus enseñanzas, de la doctrina y
técnica para zambullirse en el mar del más allá y flotar con un comportamiento
fuera de lo común.
Sabía que iba a morir, pero no sabía cuándo. Eso lo angustiaba y lo impulsaba a explorar
más allá de los sentidos. “…lo que no
entiendo todavía / es que al nacer se nos acabe el día / y que al nacer se nos
acabe el vuelo”. Nunca pudo entender la
muerte y por esa impotencia, en cierto modo, se trastocaba en asceta que se
bebía el libro con las vísceras buscando la explicación de esa verdad escondida
como arcano en alguna parte que la razón no encuentra.
Y es que el autor de Limos de la Tierra , Los Ruidos del
Mundo, Los Humos y las Voces y Poemas
Reiterativos, llevaba, antes de morir (1989), quince años estudiando la
filosofía esotérica y dentro de ella quería ubicar su pensamiento y su poesía.
Para el poeta, entonces, la poesía, desde el punto de vista
esotérico, resultaba ser sencillamente el recuerdo del arquetipo divino que tiene el espíritu al venir a la tierra.
Decía que el pensamiento de Dios puebla el vacío del espacio que es su propio
cuerpo.
Y puesto que él establecía siempre una sinonimia entre poesía y
belleza, resultaba virtualmente inexplicable encontrar belleza en algunos
estados de su poesía donde se reflejaban ciertos desgarramientos socialmente
dolorosos. Pero en el fondo la había porque la belleza y la verdad, como en el
poema de Emily Dickinson, son hermanas.
El, poeta al fin, se acusaba un obsesionado de la belleza y la
belleza podía estar tanto en un poema como en el cuerpo de una mujer de la estirpe de Irene Sáez a quien,
según sus propias palabras, “nada le falta ni nada le sobra”.
Por principio esotérico, no creía en lo bueno ni en lo malo
porque no hay nada bueno ni malo en el mundo. Las cosas son justas o injustas y
lo justo es bello y verdadero.
Y aquello de que el poeta es tal porque dispone de una
sensibilidad muy especial, no le cuadraba muy bien, prefería responder que nace
con una predisposición y ese sentido se remitía al filósofo griego Platón
cuando decía que las cosas no se aprenden en la tierra sino que se recuerdan.
Se consideraba un elegido de la voluntad divina por lo mucho que
había sufrido y puesto que dentro del esoterismo así se consideran los que
sufren y por ello dijo o dice en uno de sus poemas que la felicidad es la gran
idiota del universo.
Solamente el sufrimiento es el que puede macerar y hacer cambiar
y puede hacer subir la cuesta de rodillas. Para él era la única manera de
llegar a Dios.
Por eso se consideraba un poeta místico, no como comúnmente se
entiende: alguien que está de rodillas todo el día frente a un ícono en una
iglesia. No, él lo era pero en el sentido panteísta, pues amaba profundamente a
la naturaleza que es como amar el cuerpo de Dios.
Sánchez Negrón que siempre escribió su poesía dentro de los
cánones del modernismo literario, sorprendió cuando publicó Sonetos Reiterativos.
Entonces explicó que quería demostrar con ese su ultimo libro que nunca la
forma es caduca. Que se puede renovar porque todo siempre es eterno como el ir
y venir del mar.
En ese libro hay un proceso dialéctico filosófico que acerca
esos sonetos al Siglo de Oro.
Cuando murió dejó una libreta llena con desconcertantes
argumentos que pensaba desarrollar dentro del género del cuento siguiendo las
huellas de “Los Hospitales del Infierno” (Premiado en el Concurso de Cuentos de
El Nacional). Era sin duda un buen poeta, pero también un interesante
cultivador de la narrativa, aproximado tal vez a Jorge Luis Borges, quien también
era absolutamente esotérico. (AF)
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