El paraparo que la gente pobre de esta ciudad solía
usar para sustituir
el jabón, era popular además porque en tiempos de Semana Santa, los muchachos
lo utilizaban para jugar el "Quiminduñe", suerte de acertijo que distraía de los
oficios religiosos a los jóvenes que se detenían en la Plaza Bolívar, antes
o después de entrar a la Catedral.
Hemos dicho que el paraparo
era popular porque en la actualidad ha dejado de serlo. El crecimiento de la ciudad, la
quema y la tala indiscriminadas e irracionales acabaron con
este frondoso árbol de las sapindáceas.
Con la extinción del
paraparo ha desaparecido también la tradición de la Semana Mayor, que es el “par o none"
o el " quiminduñe" /
abre el puño / ¿sobre cuánto?...
De los tiernos juegos de
Semana Santa sólo queda aislada y debilitada "La Troya" o partida de trompos.
El concreto y el asfalto de
las calles han acabado con "La Troya", no obstante hay niños que se las ingenian
para coger el trompo en la palma de la mano sin rozar la epidermis
con la escabrosa y caliente lija del
asfalto.
Partidas de dos, tres,
cuatro y hasta diez muchachos van lanzando sus peonzas una y más cuadras abajo, contra la del que no
dijo a tiempo ¡Troya! o picó
más afuera del blanco que los otros. Y al que no supo mantenerse
activo hasta el límite convenido le caerá la guiñada o cachada sobre su trompo.
Trompo abajo es trompo en desgracia, trompo caído. Si
está hecho
con la madera de un Guayabo o de un Majomo que es madera tan dura como la de un
quebracho, resistirá las guiñadas, pero si es de Pariaguatán,
madera rosada y tierna como la misma tradición, inadecuada al fin para estos tiempos con
monstruos de acero, todos sabemos
lo que habrá de acontecerle. (AF)
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