Tal día como hoy, 12 de septiembre de 1918, nació y falleció el 8 de enero de 2003 Diógenes Troncone Sánchez, a la edad de 75 años, dejó varios libros inéditos, entre ellos, El Correo del Orinoco, La Nueva Educación en Europa, La Opinión Pública, Perfil de Liderazgo, La Comunicación Insonora y la Pedagogía de J. F. Reyes Baena, los cuales respaldaron su condición de miembro de la Asociación de Escritores de Venezuela, Seccional Ciudad Bolívar. La AEV le publicó un opúsculo sobre “Canaima”, la novela de Rómulo Gallegos y la novela “La ciudad de piedra”. No obstante haberse especializado en Historia y Geografía nunca dictó en aula esta materia, en cambio ejerció como profesor de Filosofía y Psicología.
Murió sin estar convencido de la llamada “segunda vida”. “De esa ilusión no vivo, soy escéptico en tal sentido como bien lo soy al no creer en esoterismo, brujería, espiritismo y prácticas por el estilo. Soy realista sin llegar a ser materialista, por esa razón no quise seguir la abogacía. Habría tenido que renunciar a las cosas que espiritualmente me llenan”.
Diógenes Troncone no sólo fue miembro de la AEV sino singular miembro muy dinámico de la comunidad bolivarense. Fundador del gremio de periodistas, de la AEV y de varias instituciones educacionales públicas y privadas, miembro activo del Colegio de Periodistas, del Colegio de Profesores y de la Asociación de Escritores, fue una personalidad muy peculiar, dedicado a servir, con un profundo sentido de lo humano. Era de los que prefieren dar un paso atrás y analizar antes de seguir adelante. En cierto modo, práctico, leal, trabajador, crítico de sí mismo y de los demás. Este era la personalidad de Diógenes, acaso modelada por el constante ejercicio de la docencia que se tradujo en su relación con la gente y en sus escritos periodísticos, libre de eufemismos, directos, sin que por ello carecieran de la sazón de la sal, atenuada con la meliflua propiedad del azúcar. Tal vez por ello sus artículos firmados con nombre propio se distinguían con el pre-título “Sal y Azúcar” y no como en sus primeros tiempos “Rompiendo la Zaranda”, que solía firmar con seudónimo; no para ocultarse, sino en homenaje a la familia que lo había criado y formado como verdadero hijo, aunque los Maury venidos de Valencia, eran blancos y él tenía la piel algo quemada, buscando a su madre María Magdalena Sánchez, una culisa atractiva. De suerte que “El Negro Maury”, no era tan seudónimo rayano en lo anónimo porque toda la ciudad sabía de antemano de quién se trataba. (AF)
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