Extraño tal vez, pero lo cierto es que el Libertador hasta no hace mucho tenía edecanes. Al menos, en Ciudad Bolívar, sentados por las noches en los bancos de estilo romano de la Plaza Mayor, podíamos verlos frente a la estatua sobre cuya piel de bronce desliza, verde matizada, la pátina del tiempo. Aquí en la capital del Orinoco, afortunadamente, no hay palomas como en la plaza caraqueña. Las aves de esta parte del territorio parecen más respetuosas a la hora de anidar o defecar, pero, en todo caso, tampoco se atreverían siendo que en torno a este cuadrilátero histórico, aún sin su presencia total, reposan vigilantes los ojos de los edecanes.
Edecanes, sin más uniformes que sus comunes trajes de parroquianos,
que buscaban componer al mundo con sus tertulias diurnas o nocturnales que
recuerdan a José Luis Aristeguieta y al grupo “Aureoguayanos” sentado, no en
bancos romanos sino bulevares, tratando, con el libro de Breton entre sus
manos, de combatir la poesía que divulgaba la revista Alondra de la maestra
Anita Ramírez.
Pedro Anastacio Collins Linche, Cesar Alcalá Mérida, Ignacio
Freites, Héctor Roldan, Nahim y Ana Nakkul, Abrahan Saloum, Víctor Salazar,
Nicolás Palermo, los hermanos Tufic,
entre otros, no sabían mucho de poesía como la gente del otrora grupo
Aureoguayanos. Tal vez, Abraham Salloum Bitar que sabía hablar de la mística
del principio de la noche. Ellos mejor que la poesía, dominaban el tema
político y sobre política fundamentalmente solían discurrir sus noches, mejor
aún si eran de luna llena y el presidente del grupo, Pedro Anastacio Collins,
se encargaba temprano de leer la prensa y conversar con los jefes de las
fracciones parlamentarias de la Asamblea Legislativa. No olvidemos que Pedro
fue durante diez largos años diputado y en 1963 Presidente de la Cámara.
Urredista-jovitero desde su tiempo de estudiante en la Miguel
Antonio Caro y Pedagógico de Caracas, Collins advertía, no obstante, que los
“edecanes” del Libertador, a la hora de entrar a la Plaza, tenían el deber
de deslastrarse de todo prejuicio
partidista, es decir, se olvidaban de sus respectivos partidos si es que los
tenían aún cuando el tema principal casi siempre era el de la política, lo
importante –decía- son las ideas desde el punto de vista filosófico, vale
decir, partiendo siempre de lo que debe ser. El Libertador, obviamente, era el
gran inspirador con su doctrina bolivariana y sus grandes puntos de
coincidencia con la realidad venezolana.
Pedro Collins, se manifestaba orgulloso de ser el fundador y
animador de este grupo que los citadinos conocían como “Los Edecanes del Libertador”,
pero temía que desapareciera debido a sus quebrantos por un lado y a que otros
se habían alejado del Casco Histórico por creer que les asentaba mejor el clima
de Los Morichales. Cuando uno viaja a Caracas y sube de
visita al Panteón Nacional, se da cuenta
que la Nave Central, coronada por una imponente lámpara de cristal de Bacarat,
hospeda la urna cineraria en bronce, del artista español Chicharro Gamo, que
contiene la osamenta del Padre de la Patria, elevada sobre un pedestal de
mármol, y a los lados, las tumbas de sus edecanes: General Andrés Ibarra,
General Pedro León Torres, General Carlos Soublette, General Daniel Florencio
O´Leary, Lic. José Rafael Revenga. Sus edecanes siempre al lado aún después de
muerto. Por supuesto no son todos ni
fueron estos los únicos. Ellos lo fueron
en vida, pero luego de muerto el Libertador quedó el bronce en el centro de las
plazas donde también encontramos otra figura del Edecán, los que frecuentan,
cuidan y dan vida a las Plazas con su sola y cotidiana tertulia que habla de
sus glorias.(AF)
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