Recopila las crónicas que diariamente vengo publicando en el Correo del Caroní y Red Social
lunes, 31 de diciembre de 2018
LOS BAILES DE FIN DE AÑO
Antes de la década de los años cuarenta había en Ciudad Bolívar los llamados “Bailes de salón”, y en Año Nuevo destacaba el del Club de Comercio entre las calles Orinoco y Constitución. Allí era el gran baile de la alta sociedad citadina en ocasiones importantes como la de Pascuas y Año Nuevo.
Nos cuenta la gente que vivió ese tiempo que músicos como el viejo Requesen, Víctor Zenón Ortíz, Manuel Antonio Díaz Afanador y muchos otros, tocaban en esos bailes selectos a donde iba la crema y nata de la sociedad angostureña. Los bolivarenses como los caraqueños estaban al día con la moda europea. Vestían frac, smoking o trajes de paltó azul marino combinado con pantalón crema de lanilla con rayitas; sombrero de pajilla y corbata “chateclé”, mientras las damas exhibían sus romantones y zapatillas de la época de Luis XV. Entonces se bailaba el vals, el pasodoble, la polka y el fox – trot. En las mesas se servía jamón Ferry, turrón Alicante, almendras y se brindaba con licores importados de las mejores bodegas europeas.
A otros niveles, en la periferia, las fiestas eran más sencillas. La gente prefería el Primero de Enero para divertirse con las comparsas que recorrían la ciudad, entre ellas, la burriquita, el sapo, el pájaro piapoco y el sebucán con el maestro Alejandro Vargas y Nicanor Santamaría a la cabeza acompañando a Rafaela Martínez, Chichí Arias, Emenegilda Flores, las hermanas María, Matilde y Julia Farfán, los hermanos Pantoja, los Tabare y la singular Negra Pura.
Estaban de moda las vitrolas ortofónicas que el comerciante Pedro Montes alquilaba tal como Edelmiro Lizardi lo estuvo haciendo después con aparatos de sonido y rockolas. Con estos artefactos las familias podían poner su fiesta. A la vitrola – RCA Víctor – había que darle cuerda con una manigueta y cambiarle la aguja de acero cada vez que tocaba dos o tres discos. Pololo, un empleado de la gobernación, se había hecho popular con una portátil que podía sacar fuera de su casa para sentarse en una esquina a darle serenata a su novia, una Valladares que vivía cerca de la bodega de Blas Caruso y vestía de amarillo el primero de enero en la creencia de que ello le depararía un año con suerte.
Las comparsas eran una tradición de Año Nuevo. El primero de Enero recorrían las calles de la ciudad y gran promotor de ellas fue el Negro Alejandro Vargas con su inseparable guitarra.
Hoy cuando muchas de estas costumbres y tradiciones han variado o desaparecido, nos encontramos ante la proximidad de un nuevo año y estamos como quien dice dispuestos y preparados para cumplir de alguna manera con el ritual de la celebración. No necesitamos disfraces para llorar el año viejo que se va como es costumbre en las comparsas del Oriente. Estaremos, caras frescas y bien despiertas, durante las doce campanadas, saboreando las uvas del tiempo que nadan en el líquido transparente u oscuro que parece darnos más vida de la que ordinariamente manifestamos. Estaremos, en fin, solidarios como el Sumo Papa proclamando paz y felicidad para todo el mundo. Estaremos con nuevo Sol despuntando siempre por el Oriente y cabalgando sobre el lomo de la Tierra en otro periplo traslaticio, bajo su luz que nos alumbra para que la eternidad sea cada vez más clara a los ojos de la ciencia.(AF)
domingo, 30 de diciembre de 2018
Pitos, Guaruras y las Uvas del Tiempo
Pero lo cierto es que con “Burro Negro”, al acabarse como
suelen acabarse o transformarse todas las cosas del mundo terrenal, el anuncio
del Año Nuevo quedó circunscrito a las doce campanadas del reloj de la Catedral
reforzadas con los pitos, sirenas y guaruras de los barcos anclados o surtos en
el río. Luego la tecnología moderna ha
colocado receptores de radio y televisión en
los hogares y ahora, en vez de cañonazos, campanadas o sirenas, nos
emocionamos al filo de la media noche con las notas del Himno Nacional
anunciando que un Nuevo Año llega cargado con todas las promesas y esperanzas
de la humanidad.
Costumbre
guayanesa casi extinguida era la de comerse las llamadas “Uvas del Tiempo” al
compás de cada una de las doce campanadas que anunciaban la transición del
año. En torno a la gran mesa de la cena,
cada miembro de la familia, de pie, iba calladamente experimentando un deseo
por cada uva consumida. En esa docena de
deseos podía estar la felicidad según la posición de cada quien ante el mundo
místico o real. Era un rito poético
heredado de la Madre Patria que el vate cumanés Andrés Eloy Blanco recoge en
poema escrito en la propia España y que también suelen trasmitir las emisoras a
la media noche: “aquí es de tradición en esta
noche / cuando el reloj anuncia que el año nuevo llega / todos los hombres
coman al compás de las horas / las doce uvas de la noche vieja”.
La costumbre guayanesa consistía en pelar las uvas y meterlas
en una copa de champagne, una hora antes de la media noche. Luego venía la ceremonia como ritual de la
consumición, el deseo y el brindis.
Cuando la ciudad se reducía al casco urbano y prácticamente no
existía el ruido de los automotores y de los artefactos eléctricos, era posible
oír las doce campanadas de la Torre de la Catedral. Después de los años cuarenta esto se fue
haciendo imposible y la gente se adaptó definitivamente a los medios radioeléctricos. A veces la radio transmitía las campanadas y
luego resultó más cómodo anunciar el año nuevo con el himno patrio.
Los bolivarenses comenzaron a oír el Himno Nacional anunciando
la entrada del Año Nuevo en diciembre de 1936, año en que el malogrado Enrique
Torres Valencia fundó la emisora “Ecos del Orinoco” en el Paseo 5 de Julio y al
año siguiente por Radio Bolívar que fundaron José Francisco Miranda y Pedro
Elías Behrens hijo.
Al romper el Gloria al bravo pueblo, la gente al unísono se
abrazaba como continúa haciéndolo dándose palmadas una con otra en la
espalda. Palmadas tímidas unos, palmadas
efusivas otros y palmadas demasiados fuertes los más extrovertidos, tan fuertes
que como alguna vez dijo Francisco Pimentel, el célebre Job Pim, te destrozaban
el talle o te medio descuartizaban y te invalidaban un brazo o una pierna. Después de esto continuaba el brindis, el
baile y los confites en medio de una explosión de alegría que tenía como puntos
neurálgicos la Catedral, la Plaza, el hogar y
los clubes con sus llamados “bailes de salón”.(AF)
sábado, 29 de diciembre de 2018
"BURRO NEGRO" Y EL NUEVO AÑO
Burro Negro era un cañón
grande montado sobre un par de ruedas estrelladas del cual todo el pueblo bolivarense
estaba pendiente en diciembre de cada año.
El que tal vez fue en un tiempo arma de muchas batallas, había quedado
en tiempos de paz como pregón para anunciar con su estampido la llegada de un
nuevo año.
Los soldados del Batallón Rivas acuartelados en el Capitolio como
antes se llamaba la hermosa Casa de la Plaza Miranda que estuvo luego ocupada
por la Prefectura y Comandancia de Policía, cuidaban y custodiaban a Burro
Negro y cada noche del 31 de diciembre lo rodaban hasta El Zamuro, lo atascaban
con pólvora y arcilla y a la media noche retumbaba Burro Negro con toda la
fuerza y poderío de su carga haciendo más sonora y emotiva la llegada del Año.
Después llegó el tiempo en que Burro Negro no pudo más y en la
medianoche de un 31 de diciembre se desintegró en su propia y última onda de
salitre, carbón, barro y azufre, sepultando así unos cuantos años de
tradición. Presintió tal vez e
advenimiento de otra forma más moderna – la Radio – de anunciar la transición
del año viejo al año nuevo.
El por qué se escogió un arma de guerra para anunciar la venida
del Año Nuevo cuando más profundo y sincero es el anhelo de paz y amor, no lo
sabemos. Acaso venía como reminiscencia
de las salvas para los grandes acontecimientos que se producían en Angostura
cuando era sede de los Poderes Supremos de la República.(AF)
viernes, 28 de diciembre de 2018
DEL AÑO VIEJO AL AÑO NUEVO
Antes, cuando no
había otro medio mejor, se anunciaba la transición del año en Ciudad Bolívar
disparando justo a las doce de la noche un cañonazo desde lo alto del Cerro
del Zamuro. El disparo bañaba con su resonancia a toda la
ciudad. Se hacía con un cañón llamado “Burro
Negro”
Todo lo que termina o está a punto de fenecer es viejo. Todo lo que comienza es nuevo. Lo nuevo, aunque no todas las veces, es
juventud, vigor, renovación, fuerza, camino abierto hacia la esperanza, camino
por donde el hombre aspira alcanzar, de acuerdo con su concepción filosófica,
la plenitud existencial. De manera que el hombre, aunque signifique uno menos
de vida para él, se contenta en la fase transitoria cada vez que el calendario
se renueva con la entrada de un nuevo año.
Porque su vida
organizada en periodos calendarios, que cumple metas con esa periodicidad
condicionada por su esfuerzo y el azar de la esperanza, aguarda lo predecible
de lo impredecible. Por ello se contenta
y lo celebra convencionalmente dentro del marco de la cultura tradicional o
no. Al fin, el hombre es materia y, la
materia es cambiante, permanece en constante movimiento. De allí que los modos y formas culturales de
celebrar el acontecimiento del año nuevo, cambien, sufran variaciones y hasta
se suplanten en la práctica y quede sólo existiendo como valor del proceso
cultural evolutivo por selección.
Y Guayana, como
cualquier otra región, no puede escapar de esta realidad de los cambios y de
las variaciones que se aprecian a medida que transcurren los años y se suceden
generaciones. Antes, por ejemplo, cuando no había otro medio mejor, se
anunciaba la transición del año en Ciudad Bolívar disparando justo a las doce
de la noche un cañonazo desde lo alto del Cerro del Zamuro. El disparo bañaba con su resonancia a toda la
ciudad. Se hacía con un cañón llamado “Burro
Negro”. (AF)
jueves, 27 de diciembre de 2018
DULCES Y HALLACAS BOLIVARENSES
Lourdes Salazar que vivió elogiando el queso de Brigidito Natera,
el dulce de lechosa de Carmelina, el turrón de merey de las Hermanas de la
Sierva y el Amorcito de Helena Palazzi, sabía más por herencia de dulce que de
hallacas, pero juraba que no pasaba una Navidad sin comerlas “aunque
últimamente han venido perdiendo muchos de su cuerpo y sabor antiguos”. Añoraba
las de Tomasa Jiménez Gambús y las de doña Nieves de Reverón.
Lourdes comentaba que la hallaca de la democracia ha sufrido,
como todo en este país, alteraciones en su original proceso de elaboración. La
harina precocidad y el aparato de prensar han reducido el proceso, pero les ha
quitado el sabor propio que le daba esa labor de ritual que comprometía a todos
los miembros del núcleo familiar, desde ir al mercado y escoger los frutos, sancochar el maíz dos días antes,
molerlo, amasarlo con onoto y manteca de cochino, formar las bolitas, preparar
luego las hojas de plátano, seleccionar las de tender o las de envolver, hasta
el guiso y las rodajas de huevo, las aceitunas y alcaparras que cada quien iba
por turno colocando sobre la masa tendida. Luego de todo este proceso que
comprometía a cada miembro de la familia, venía la cocción, el degustar y el
intercambio de hallacas entre vecinos y amistades en una sutil suerte de
competencia para decir al final, entre gustos y maneras, quien la hacía mejor.
Cada año había una familia que tenía mejor suerte en la sazón y así como cada
región de Venezuela alaba su hallaca, asimismo cada familia elogia la suya y es
corriente oír decir en estos tiempos “Hallacas como las de mamá, ninguna” (AF)
miércoles, 26 de diciembre de 2018
500 AÑOS DE HALLACA
Quinientos años de hallaca
es tiempo suficiente para que no sólo haya especialistas del oficio sino para
que también existan quienes se ocupen del estudio e investigación de la vianda.
Por supuesto, como ocurre con otras disciplinas, hay más quien la practique que
quien se ocupe de su estudio. Por ejemplo, Aquiles Nazoa fue durante su vida un
hallacólogo empedernido. Indagando en cierta ocasión encontró unas hallacas tan
bien hechas, tan bien confeccionadas por dentro y por fuera que se percibían
como una extraordinaria obra de arte. Fue entonces cuando escribió que “hay
hallacas que parecen haber sido hachas por Picasso. Si las hubiera comido,
habría dejado la pintura” y no estaba tan lejos de la verdad, pues eso
le ocurrió a un artista guayanés de las artes visuales de quien había, no se si
todavía, una estupenda escultura de hierro en el
Archivo Histórico de Guayana.
Humberto Gómez, quien en su época de estudiante ganó el primer
premio de escultura con su obra “Creación” en un salón de la
Universidad de Arkansas (Estados Unidos), al regresar a Ciudad Bolívar iba muy
bien en su trabajo artístico asombrando a todo el mundo, pero de repente lo
abandonó todo para asumir el oficio de hallaquero. Gómez junto con su esposa
Oliva confeccionaba hallacas todo el año.
Otra especialista en el arte culinario de la hallaca era doña Carmen
Tinoco de Dugarte. Usted iba por diciembre a su Rancho de la calle Pichincha y
encontraba aquella cocina abarrotada de hallacas por todas partes que le hacían
por encargo hasta de Caracas y Miami.
Para satisfacer la constante demanda desde que comenzaba
diciembre, doña Carmen se ayudaba con un “Cangrejo” que es un instrumento de madera de reciente creación para estirar
la masa. Anteriormente la masa se estiraba a puro dedo tal cual como se hace
con las empanadas, pero es un ejercicio penoso y lento, además, la gente dice
que la madera del cangrejo le resta un punto de sabor a la consabida.
Carmen que hacía hallacas desde que tenía 18 años, Era muy
solicitada por los días de diciembre, pues sabía cómo se preparan las hallacas
típicas de algunas regiones de Venezuela. En los Andes, por ejemplo, nos dijo
cuando la entrevistamos, se acostumbra aplicarle picante crudo y garbanzos a la
masa y siempre lleva carne de cochino. En Oriente hacen la hallaca igual que en
Caracas y Guayana. No obstante, advierte que hay lugares en Guayana donde el
guiso lo preparan con morrocoy y rodajas de papas sancochadas. Por lo general,
la hallaca es de gallina, pavo, carne vacuna y cochino. Esto, además de los
aliños, encurtidos, cebollas, aceitunas, alcaparras y ese punto, esa sazón muy
especial que sabe ponerle la experta dama de la casa con práctica y experiencia
en el doméstico arte culinario.
Carmen aprendió hacer hallacas al lado de Tina Camacho que a
comienzos del siglo veinte era muy elogiada por su guiso al igual que lo era
por sus dulces la madre de Lourdes Salazar. Para ella hacer hallacas era como
un rito que comenzaba el 2 de diciembre y terminaba la víspera del Año Nuevo.
Doña Carmen era de padres de la India, nacidos
en Calcuta, pero instalados en Guayana a muy temprana edad. Explotaban una
horticultura en las riberas del río San Rafael próximas al Puente Gómez. Ella
heredó de ellos la fortaleza, la longevidad y el difícil arte de cocinar que la
llevó con el tiempo a tener restaurant, primero en la calle Igualdad y luego en
la calle Pichincha donde se podía degustar la más variada y surtida comida
criolla en ambiente un tanto bucólico animado por dos loros, uno que le echaba
vivas a Copei y otro a Acción Democrática en medio de hilarantes groserías.(AF)
martes, 25 de diciembre de 2018
¿POR QUÉ EL NOMBRE “HALLACA” ?
¿Por qué tal especie de
tamal es llamada hallaca? Aún no lo sabemos con certeza. La escritora
tradicionalista Graciela Schael Martínez, basada en las investigaciones del
doctor Adolfo Ernst, dice que la voz hallaca es de origen guaraní. En la antigua obra “Tesoro de la Lengua guaraní”,
publicada en Madrid, a comienzos del siglo diecisiete, se habla de la palabra ayuaoaya,
que entre varias acepciones tiene la de revolver, mezclar y enredar.
Posteriormente, en el “Vocabulario Guaraní”, editado en
Río de Janeiro, se menciona el verbo ayua o ayuar, equivalente a revolver o
mezclar. De tal verbo surge el nombre ayuaca (lo que está mezclado o
revuelto). Por ello, ayuyaca o ayuaca, significa cosa
mezclada o revuelta, mezcla o masa. De acuerdo con esta interpretación de
Ernst, el origen de la palabra estaría en las voces que significan algo
mezclado, revuelto, mezcla o masa. Según el mismo Ernst, la más indicada
ortografía sería ayaca, eliminando la innecesaria “h” inicial.
El costumbrista Nicanor Bolet Peraza describió las hallacas así
en una de sus crónicas: “Son una especies de paquetes envueltos en
hojas de plátano dentro de las cuales se guarda cobijado con una masa, el guiso
sin pan; sabrosísimo manjar que no conocieron ni degustaron los dioses del
Olimpo, por lo que no pudieron seguir siendo inmortales”
De la hallaca suele decirse que nos viene desde que el Almirante
Cristóbal Colón se topó con estas tierras neo-continentales. Para entonces,
hace quinientos años, nuestros primitivos habitantes preparaban una torta de
maíz molido envuelta en hojas de cambures sancochadas en vasijas de barro.
Luego esta torta que probaron los extraños visitantes fue y sigue siendo
enriquecida en un largo proceso que no termina, con aportes de otras culturas
culinarias que la convierten en el más sorpresivo y siempre apetecido plato
navideño.
De esta manera nuestra secular y deliciosa hallaca ha podido
abrir camino hacia otras nacionalidades hasta el punto de que reputados
cocineros internacionales suelen encargarla por esta época a personas criollas
especializadas que además de haber heredado de sus ascendientes la fórmula
exacta de la masa y el guiso han sido sensibles a las exigencias del gusto
moderno incorporando a la mezcla otros ingredientes. (AF)
LA CONSABIDA HALLACA
En Guayana y en
el resto del país podrán faltar el pesebre, el arbolito de Navidad, las luces
de bengala y los tradicionales regalos, pero jamás la siempre bendita y
consabida hallaca.
Este exquisito condumio, el que mejor posiblemente simboliza la
mezcla de nuestra cultura hispana y aborigen, es el plato por excelencia
durante estos días de diciembre. En oriente, occidente, el llano, la montaña y
la selva, la hallaca está siempre presente, especialmente a la hora de la cena
de Navidad y Año Nuevo.
Aunque con gustos, aromas, sabores e ingredientes variados según
la región en particular, la hallaca es infaltable en el ritual hogareño de los
días decembrinos. Envuelta en requemadas y oscuras hojas de plátano, amarrada
con pabilo, guaral o majagua; cuadrada o rectangular; en su punto de sazón
tradicional, picante, dulce o ligera de sal; con rodajas de papas o de tomates;
ciruelas pasas o garbanzos, siempre será hallaca aquí o en el restaurant de la
Torre Efiel a donde un día se la fue a comer con todo su elenco artístico el
show- man Renny Ottolina en una de esas
cabalgatas televisivas con las cuales penetraba los hogares Venezolanos.
La hallaca es un plato autóctono venezolano, muy nuestro y al
que la cultura del conquistador agregó otros ingredientes como las especies,
pasas, aceitunas, alcaparras y el vino que civilizaron su valor alimenticio, la
refinaron e hicieron digna de una ocasión tan universal como la Natividad y el
Año Nuevo.
Y así como los ingleses en su noche de pascuas tienen su
“Plumpudding”, los finlandeses su pastel de arroz con una sola almendra, los
polacos su cerdo asado, los norteamericanos su pavo y los españoles su pierna
de jamón, nosotros tenemos nuestra hallaca o hayaca como la escribe la Real
Academia de la Lengua.(AF)
sábado, 15 de diciembre de 2018
BOLÍVAR A UN PASO DE LA MUERTE
El 16 de diciembre de 1830 Colombia aguarda consternada la muerte de su libertador que según su diligente médico de cabecera, el francés Alejandro Próspero Reverend, debía producirse de un momento a otro porque ya hasta los remedios y los cuidados eran inútiles.
Hacía seis días que el Obispo de Santa Marta, J. M.
Estévez lo había confesado y recibido el viático. Entonces dictó su proclama a los colombianos
después de haberla corregido tres veces y otorgó su Testamento declarando que
no tenía más propiedades que las minas de Aroa y algunas alhajas y manifestó su
voluntad de que sus restos fueran depositados en su natal ciudad de Caracas.
Cerca de él
están su fidelísimo compañero José Palacios, atento a todos sus movimientos;
los generales Mariano Montilla, José Laurencio Silva, José Sardá, José María
Carreño, Joaquín de Mier, el doctor Próspero Reverend y otros que hablan en voz
baja. Bolívar está en los huesos. La tuberculosis ha sido implacable.
Días antes había sostenido este diálogo con su médico el
doctor Reverend:
-
Y usted ¿qué vino a buscar a estas tierras?
-
La Libertad
-
¿Y la encontró?
-
Si, mi general.
-
Usted, es más afortunado que yo, pues todavía no la
he encontrado. Con todo, vuélvase usted
a su bella Francia en donde ya esta flameando el pabellón tricolor. Aquí en este país no se puede vivir: hay muchos canallas... ¿Le agradaría a usted
ir a Francia?
-
De todo
corazón, mi general.
-
Pues bien, póngame usted bueno, doctor, e iremos
juntos.
Pero
el Libertador de Colombia no pudo mejorar ni ir a Francia... Estaba a un paso de la muerte. (AF)
domingo, 9 de diciembre de 2018
EDUARDO SANTANA: PERIODISTA CENTENARIO
Parece mentira que el colega, manojo de nervios y de palabra, siempre por delante como peón de Ajedrez, se haya convertido en un longevo hiperactivo, sin tener jamás que ocultar su edad., porque si algo de bueno tiene Santana es la franqueza. Este periodista, a nuestro modo de ver, sintetiza el esfuerzo y la pasión por la profesión de un tiempo en que los recursos técnicos de hoy escaseaban y porque la cibernética que ha venido a revolucionar el mundo de la comunicación actual aún estaba en pañales. El modo de hacer periodismo era distinto medio siglo atrás. Para entonces, Eduardo Augusto Santana Quevedo, caraqueño nacido el 13 de diciembre de 1919 de San Juan, venido del vientre de una india de Paracoto unida a un descendiente de Canario, era un periodista de ruedo y tablero que borroneaba cuartillas detrás del burladero, alternando como mozo de espada de César Girón. También limpiaba zapatos y pregonaba los diarios. Ahora, El Heraldo, La Esfera y Últimas Noticias donde escribió deportivamente sus primeras notas. Eduardo Santana tenía que hacer todo eso porque su padre que tenía veleidades de revolucionario antigomecista debió ir a la cárcel como tantos otros. Por los caminos del pregón llegó un día a ser un buen periodista, primero en el diario La República y después en El Bolivarense. Se hallaba trabajando para La República cuando en Bolívar se registró el famoso Caso Biaggi Fue la misión que le encomendó Monicaco desde la jefatura de redacción de La República y por esa vía penetró y se quedó en Guayana hasta el sol de hoy. El Caso Biaggi conmocionó a Venezuela y llevó al diario La República a multiplicar asombrosamente su circulación en el Estado Bolívar. Para Eduardo Santana, desde el punto de vista profesional éste es el caso que más lo satisfizo pues realizó una labor casi policial de investigación para poder llenar la ansiedad del lector en ese caso del sacerdote indiciado en la muerte de su hermana. Con mayor oferta, Santana dejó La República y se fue de corresponsal y distribuidor de El Bolivarense y Antorcha en la zona del hierro, cuando el Caroní se trasponía en chalana. Había que levantarse a las 4 de la madrugada a buscar la noticia y vender el periódico, única forma de redondearse el sueldo. Vida azarosa la de entonces cuando lo importante no era circular temprano sino dar el tubazo. Santana una vez, y no por recibir tubazo, se cayó al río con periódico y todo y por poco se ahoga. Ese día no pudo vender el diario ni repartir las suscripciones. No sabe todavía cómo pudo hundirse en el río, acaso porque estaba enamorado y la muchacha le exigía matrimonio. Para qué casarse si cuando lo hizo quedó viudo a los 6 meses. Se llamaba Yolanda. Después de allí hasta el día de hoy fue puro empate. Niobe, artista plástico, con la que tuvo 2 hijas y Adelaida con 4 y dos nietos. En un diálogo de nunca acabar y donde la locuacidad del interlocutor rebasa las preguntas, Eduardo Santana sostiene que su pasión ha sido constantemente el ajedrez, que lo ama tanto como a una reina y que de ello hubiera podido dar fe el extinto Miguel Otero Silva con quien jugó más de una partida cuando todavía no había llegado a los 20; Arístides Bastidas, Pedro Juliac, Frazer, el gocho Guerrero Pulido y tantos otros que fueron sus contendores por allá en los años de la década de los cuarenta cuando Venezuela por la vía de Medina Angarita y de la llamada Revolución del 18 de octubre se asomaba al disfrute de una democracia que hoy padece los embates de una crisis (AF)