Candelario tenía un burro, tal
vez el más singular de los asnos. Se llamaba Matusalén porque según su decir le
sirvió al patriarca durante los 969 años de su vida y estaba destinado a no
morir toda vez que en él habría de montar el Mesías cuando volviese a la
tierra.
Ese burro, según solía contar el viejo Candelario a sus
vecinos de La Alameda ,
era el mismo creado por Dios al sexto día de la creación; el mismo salvado por
Noé, abuelo de Matusalén, a bordo de la sobreviviente barca del Diluvio y el
mismo utilizado por Cristo para hacer su entrada en Jerusalén. Aseguraba el
viejo Candelario, que cuando Jesús llegó
a la antigua capital de Judea, lo hizo en un burro y no en una burra como muchos especulan.
Es el mismo burro en que Sileno acompañaba a Dioniso en sus
largos viajes. Un burro inteligente,
nada torpe. Rechazaba Candelario la especie tan creída y difundida que coloca
al jumento entre los animales torpes de los solípedos, aduciendo que ese cuento
lo inventaron los romanos para enaltecer hasta el extremo la nobleza del
caballo.
Por otra parte, Candelario
atribuía a este burro el descubrimiento de la Primavera Eterna
que les había prometido Dios a los
romanos. Al parecer fue el burro de
Sileno el que descubrió en Guayana la eterna primavera, pues el burro del
sátiro Sileno, protegido de Dioniso, cometió la equivocación cuando luego de un
largo viaje, acaso por cansancio o borrachera, hizo escala en Guayana y se dejo
tentar por las aguas del Caroní creyendo
que era vino lo que corría como torrentera hasta agotarse en el Orinoco.
Sileno fue rescatado por Midas quien también había llegado a Guayana en busca de fortuna.
Sabedor Dioniso de lo bien que se había portado Midas con Sileno quiso
recompensarlo y le pidió que eligiera un deseo.
“Que todo cuanto toque se convierta en oro”, eligió Midas y así le fue
concedido, pero pronto se arrepintió pues hasta el agua y la comida se le
transformaban en oro. Para librarse del
encanto, Dioniso atendió su súplica y le dijo que se bañara en las aguas del
Yuruari con lo cual quedó liberado. Se
decía después que las arenas del Yuruari contenían oro.
Desde entonces, el burro Matusalén comenzó a trotar estas
tierras septentrionales del continente hasta llegar a manos de Candelario,
quien lo heredó como un precioso e inextinguible bien a su vez heredado en
consecutivas sucesiones por sus antepasados remotos. Se decía que las orejas del burro eran las
propias de Midas, castigo de Apolo por no haber apreciado las tonalidades de su
lira.
El burro de Candelario, no obstante su estirpe y alucinantes
leyendas, prestó importantes servicios a la ciudad. Llegó a cargar agua y arena de la
Cocuyera muchos antes de que Georges Underhill
instalara el acueducto de la ciudad, así como leña para la Planta Eléctrica
de vapor que sustituyó los románticos faroles de Angostura. Pero el burro de
Candelario tenía un defecto que molestaba a las damas y mozas encopetadas y era
que ensuciaba las calles y de vez en cuando destapaba su estuche para mostrar
sin vergüenza los más tangible y rotundo de su ser.
El Alcalde, vista la
circunstancia del animal, obligó a Candelario colocarle pañales cada vez que
saliera con su jumento. Candelario resistió la orden y confinó a Matusalén en
los predios de la Laguna El
Porvenir, justo en los pajales de Paravisini y no se supo más del garañón hasta
que se corrió la noticia según la cual alguien lo había visto en el mexicano
pueblo de Otumba, donde los asnos ocupan un lugar distinguido. Los angostureños
no supieron jamás como y por obra y gracia de quién, Matusalén llegó hasta allá
después que Candelario falleciera a la edad de 120 años. (AF)
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