Carlos Sánchez vivía en El
Zanjón, a una cuadra de “Paco”, el pianista amigo de la Milú, que además
afinaba los pianos de la burguesía angostureña.
Carlos Sánchez
tenía facciones europeas a pesar del apellido, era gordo cuadrado y de hablar
pausado como su caminar que era por demás lento, acaso por su peso o por la
hernia que le colgaba entre las piernas.
Marcial Rivas, su vecino dice que tardaba una hora para llegar del Banco
de Venezuela en el Paseo Orinoco, a su vivienda de El Zanjón, barrio colonial y
por lo tanto, como Perro Seco, el más antiguo de la ciudad, apenas 200 metros de la Plaza
Bolívar.
Carlos Sánchez,
precisamente, era una especie de ordenanza en la Sucursal del Banco de
Venezuela que se ocupaba de cosas subalternas, de que todo estuviese limpio y
en orden y en ese oficio pasó cincuenta años, más de la mitad de su existencia.
Era bromista,
hombre presto y el de mayor confianza de la autoridad bancaria. Le tenían tanta confianza que lo distraían de
su oficio habitual para enviar con él remesas millonarias a Agencias como la de Tucupita que dependían de
la sucursal.
Quién iba a
creer que ese gordo apacible trasladaba, maleta de lona en mano, cifras
millonarias fraccionadas en billetes de todos los colores y numeraciones?
Carlos Sánchez
lo hacía con la mayor naturalidad, con la parsimonia y sonrisa reflexiva de
siempre, amigable y bonachón. Tan celebrado en sus tertulias de esquina por
Tomás Gómez, a quien prefería identificar como “El Veterano”. Todo el peso del Banco de Venezuela descasaba
sobre los hombros de El Veterano venido del Estado Sucre de donde era su gran amigo
Jesús López Fernández, Gerente de la Cervecería Victoria ,
una cerveza que vino desde Maiquetía a sustituir la “Princesa Bolívar”. De Sucre, específicamente de Güiria, al igual
que Pedro Estrada, Jefe de la Seguridad
Nacional , también era
Canache, el jefe de la Seguranal
en Bolívar después de Gomecito. El Gerente del Banco era Jesús López Henriquez,
hermano del Ministro de la
Defensa del General Marcos Pérez Jiménez y Tomás Gómez el Sub Gerente, en un tiempo en que la
tecnología bancaria estaba tan atrasada en eso de contar billetes que él tenía
que fajarse los días feriados a contarlos sobre un mesón ayudado por la bella Librada y el izquierdista Tonina.
Seguían en
jerarquía, como firma autorizada, D` Anello, Pablo Fuenmayor y Andrés Enrique
que llevaba las cuentas del gobierno junto con Trina Osty hasta que la
conquistó Teodoro Sísimo, un comerciante griego, y se casó con ella. El elenco
continuaba con el contador Ramón Camacho, conversador y bebedor, pero
impecable en los balances. Su único
dolor de cabeza era un voluminoso libro donde se registraba el movimiento de
cuenta de los ahorristas y que me tocó llevar como empleado que era del Banco. Qué difícil
era cuadrar ese libraco cada mes en el cierre de cuentas. Hasta por la diferencia de un céntimo se
perdían días tratando de localizar el error. Mariita Trías, con su voz tierna, alguien la
enredó y terminó suicidándose. Guarisma
era chiquito y retaco pero con un vozarrón que retumbaba contra la viejas
paredes del banco, un edificio de dos plantas que según Carlos Sánchez, se
había quemado en los años cuarenta cuando pertenecía a la casa mercantil
Palazzi y Hnos. Amilcar Fajardo, un cajero muy vivo absorbido por la izquierda
revolucionaria que lo llevó a prisión junto con el comunista Antonio Cachut,
cajero también, pero del Banco Unión. Jesús Díaz asimismo era cajero de los
buenos, no se metía en política, vivía soñando con una segunda lengua. Renunció a seguir contando billetes tras una
taquilla y se fue a estudiar inglés con un cuatro debajo del brazo, porque
además de profesor del idioma anglosajón quería ser músico y compositor. /AF)
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