Antonio Cachut, un comunista
atípico, tal vez como la naturaleza de Héctor Mujica, que le gustaba la bohemia
y era deleitante, pero llegó a ser candidato presidencial del Partido Comunista
de Venezuela, fundado por Gustavo Machado.
Siendo corresponsal me tocó cubrir la Convención Regional
del PCV presidida por él (Héctor Mujica) como delegado nacional y cuando me vio
que llegaba me llamó para que me sentara a su lado en el presidio. Gesto incomprensible para mí como periodista
como para sus propios camaradas quizás.
Pero así ocurrió.
Héctor Mujica, quien fue decano de la Escuela de
Comunicación Social de la UCV y Presidente fundador del CNP, nunca estuvo de
acuerdo con la lucha armada, pero siguió allí en el PCV fiel a sus
principios. Algo parecido creo que
sucedió con Antonio Cachut que como me contó la escritora Milagros Mata Gil,
quien pertenecía a la Juventud Comunista,
era “bohemio, aventurero, jugador y parrandero, contrasentido comunista,
fiel a la alegría, desprovisto de la rígida solemnidad de sus camaradas y
contemporáneos, con la suficiente capacidad para entender el lenguaje de los
jóvenes de entonces y calmar sus interrogantes”
Cachut murió el 29 de septiembre de 2000. Vivía en La Lorena en condiciones
precarias. Una vez lo visité y realmente
me impresionó su vivienda, no me explicaba un hombre superactivo como Cachut
podía vivir en esas condiciones. Un
hombre inteligente, doctrinario, que discutía en cualquier lugar defendiendo
sus principios y su militancia,
discutiendo democráticamente sin prejuicios odiosos, sin descalificaciones,
abierto y humano con el adversario, fuera este adeco, copeyano, urredista y con la misma gente de izquierda no afecta
al PCV.
En cierta ocasión fundó una discoteca con el nombre de “La
Brujita”, y por ello creo que lo expulsaron del PCV, pero después de un tiempo
fue llamado para que se encargara de la Secretaría General.
El Buró Nacional lo envió a la URSS a hacer un curso y
regresó enamorado y casado con una rusa más blanca y alta que él y se
vio en aprietos para sobrevivir en aquel medio del barrio La Lorena. Tuvo que
vender hasta “Chupichupi” por las calles y sembró patilla en una isla del
Orinoco que luego sacó a la venta situándose en una esquina del Grupo Escolar
Estado Mérida y por allí pasaban los adecos con sus carros y le gritaban
“Cachut, está explotando al pueblo” y ya harto Cachut de tanta embestida adeca
que lo sacaba de quicio, decidió regalar las patillas a todo el que
pasaba. Hasta el poeta Argenis Daza a
quien vemos en la foto discutiendo con Cachut sobre marxismo-leninismo,
aprovechó su sandía verde por fuera y roja por dentro.
Milagros Mata
Gil cuando hizo su pasantía por la Corresponsalía de El Nacional dejó olvidados en
una gaveta de su escritorio algunos borradores de su paso por la Juventud Comunista
en los que además de lo dicho sobre Cachut, añadía que “Había algunos jóvenes,
no tanto como nosotros, pero jóvenes envejecidos por el ejercicio de la
guerra. Nos parecían personajes gorkianos,
plenos de abnegación y fervor por la causa.
Los veíamos pasar un poco desde lejos, con un temor reverencioso: el
señor Sánchez era un tipo bondadoso, recto y humilde que pasaba sus días
vendiendo perfumes de casa en casa para mantener a su numerosa prole; la señora
Lobelia Guzmán, venía con su paso ágil y su rostro agrietado por los martirios
sufridos durante la dictadura; el señor José Díaz, alto, canoso, un poco
grotesco, que era un individuo gruñón, descontento y moralista; César Gil, con su aire angustioso, sus
contradicciones y sus terribles tormentos; Rafael Montes, un estudiante de
medicina, con gestos parsimoniosos y aspecto sereno que tenía junto con otros
estudiantes un dispensario en Pero Seco que atendía en su tiempo libre…” (AF)
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