Eduardo Melgar, excelente tenor bolivarense,
formado en academias de Caracas y
Nueva York, falleció en la fecha genésica de nuestra Independencia (2015)
Eduardo antes fue torero de atractivo cartel en los cosos hispanos. Torero
iniciado en los corrales del viejo
matadero de Ciudad Bolívar y en el
circo Monedero, pero un día, tras
clamorosa tarde de Benavente, se sintió tan vacío y desolado, que
decidió tirar los trastos, vale decir, matar al torero que había en él. Estudió canto y actuó en importantes escenarios.
Aquí en su ciudad natal como en su residencia fija
en Caracas, ejerció la cátedra del canto y, como en el poema de Neruda, sintió
en 1997 que lo buscan las raíces que abandonó,
la tierra perdida de la infancia, y volvió
a estar aquí, frente al río, detenido por el aroma errante de los
mogotes.
Eduardo Melgar (Eduardo Viamonte como tenor) nació en la bendita y ya desaparecida Laja de la Sapoara y creció hasta los dieciséis años en el
regazo de su abuela, una mujer muy dulce de Los Morichales, la misma que
enamoró su abuelo cantándole zarzuelas
con su voz de barítono.
Tal vez por ese lado le vino su vocación
de cantante descubierta a buena hora por el sacerdote Segundo Ferreira, fundador del Orfeón
Bolívar, a quien la traviesa muchachada apodaba
“Motocicleta”.
Eduardo era el único monaguillo que se daba el lujo de
ayudar a la misa cantando y, esto le retribuía lo
suficiente para tomar toddy en el
"Toddy Room" y divertirse con
las películas del Cine Mundial.
Era una etapa de la vida de Eduardo donde buscaba
todos los cauces. Era un muchacho inquieto y de gran temperamento. Igual le daba atravesar el Orinoco como irse a
torear al matadero.
Cantaba Granada, Mala noche, algunas milongas, sobre todo, Noche de Ronda y Maigualida que interpreta Jorge Negrete en la película
Canaima. Se subía de noche en la torre del
telégrafo en el puerto de Blohm y,
toda la gente del barrio Santa Ana lo escuchaba
porque su voz era fuerte y se proyectaba
lejos con la brisa del río.
Lo de ser torero le nació porque le gustaban las emociones fuertes. Lo atraían las temporadas del circo del viejo Monedero a donde iba con Cantini "El maestrico", bedel del Liceo Peñalver, que había sido novillero en Valencia
y él, muchacho apasionado y con mucho espíritu,
era su pupilo, siempre andaban
juntos y Cantini cada vez que podía
le daba clases de toreo en los corrales del matadero.
Un día llegó a Ciudad Bolívar el matador Cayetano Ordoñez "Niño de la Palma", padre
de Antonio Ordoñez que fue gran figura, torero de mucha clase, y a quien García Lorca le dedicó aquel famoso poema "Era de Ronda y se
llamaba Cayetano..."
Llegó Cayetano ese día con otro torero, muy modesto, de nombre Perucho de Canarias. Cuando lo supo, Eduardo se fue
hasta el hotel donde se hospedaba. Se le presentó y le dijo: "Yo soy el torero de aquí y vengo a
hablar con usted porque quiero torear". Cayetano se lo quedó mirando de arriba abajo y luego de afinar su sexto sentido y observarlo, le respondió: "Pues bien,
amigo, tu vas a torear entonces con
nosotros el domingo".
La corrida en aquella tarde dominical, era en el estadio Tomás de Heres que estaba en la avenida Táchira y, Eduardo se vistió con una chaqueta corta que le confecciono su abuela, combinada con un pantalón corto y zapatos de goma. Así salió al ruedo y se
hallaba en el burladero cuando Cayetano
le tanteo el primer animal y lo invito a
torear.
Aquello fue memorable por la emoción increíble de la gente al grito de ¡Oleee! cuando le daba pases de rodilla y en todas formas a aquel toro frente a Cayetano, atónito por lo
que estaba viendo.
Y sintiendo el Mataor hispano
que el muchacho le robaba el show, caminó hasta el centro del pequeño ruedo y le dijo:
“Ya está, hombre”. Pero engolosinado,
le hizo un desaire y molesto el matador
le reclamó: ¿Usted sabe con quién trata,
se ha olvidado, hombre, que yo soy Ordoñez?” Comprendió Eduardo la
situación y accedió.
Luego que terminó la corrida,
el público lo cargó en hombros a lo largo del Paseo y a Cayetano no le quedó
más alternativa que contratarlo para que toreara con él la temporada, pues
Peruchp de Canarias tenía que regresar.
BANDERILLAS,
ALTERNATIVA Y REVOLCÓN
Eduardo había aprovechado muy bien
las lecciones de Cantini y, tocaba casualmente nada menos que a Cayetano
complementarlas. De manera que con él aprendió a vestirse de torero, a
colocarse las talequillas, abrocharse los machos y liarse el capotillo en la cintura para salir impecable
al ruedo. Todo ello, paso a paso, como un rito.
Jamás había pegado un par de banderillas y la tarde
en que lo hizo el toro lo revolcó. Fue precisamente
el día en que Cayetano le dio la alternativa llamándolo al medio de la
plaza y entregándole los trastos. Toreó en
esa corrida un toro prestado por un
señor de apellido Macías, que no podía matar.
Cayetano tomo las banderillas: "Pégaselas tú" le dijo y cuando Eduardo trató de hacerlo, el toro lo tiró, se levantó, tomó la muleta y durante la faena el animal volvió a levantarlo y aquello fue la
locura. Perdió la cabeza, se fue al
burladero, sacó la espada, le pego tres muletazos y tomo posición para
matar al toro, pero el dueño del animal se lanzó el ruedo para evitarlo.
TORERO GUAYANÉS EN ESPAÑA
Su amistad con Cayetano Ordoñez lo
proyectó a España. Allá Eduardo
debutó con Curro y Rafael Girón en
una corrida del sindicato del espectáculo de Salamanca, la primera vez
que se daba un cartel con tres venezolanos juntos. Fue el comienzo de una buena campaña de novillero en el que estuvo con "Chamaco" en una corrida realizada en Palma de Mallorca y en Barcelona con Jaime
Ostos y Joaquín Bernardo, un torero que siempre que toreaba con él le iba mal. Eduardo cortaba las orejas y el pobre hombre se iba triste para su casa.
En la plaza de Barcelona lo cogió un toro en corrida con Ordoñez y el Litri, con toros que "sabían leer y
escribir". Toros de 500 kilos que
llevaban seis meses en los corrales
y los cuales el representante de Ordoñez quería rechazar porque los animales no procedían de una ganadería de renombre.
Pues bien, allí trato de
lucirse lo mejor que pudo y, en efecto, había hecho
una estupenda corrida, pero a la hora de matar, es decir, cuando el
toro comenzaba a doblar, va al burladero a
echar le agua al botijo. Entonces oye que
le gritan ¡Eduardo!. Voltea y ve a la familia Ríos de su gran afecto en el momento en que el toro que venía por
el hilo de las tablas, lo pincha por
la ingle y lo voltea de manera espectacular. Cae, se levanta todo maltrecho, se echa agua, vuelve por el animal, pero el toro, muy grande y hondo de laguja, no dobla. Toma la espada de descabellar y ya en posición, el toro embiste bruscamente y lo derriba. Despertó al siguiente día en el hospital donde, por cierto, lo visitó el poeta Héctor Guillermo Villalobos
que se hallaba y le regaló un reloj.
No obstante ese percance,
continuo toreando con el mismo fervor de siempre, pero luego de
una gran tarde en Benavente, provincia de
Zamora, toreando con el rejoneado Peralta,
le ocurrió algo singular: Se sentía solo y vacío y tras profunda
meditación, se preguntó: “¿Esto es…matador de toros?” Se lo repitió tanto que
le parecía tan pobre aquello y decidió volver al canto, para lo cual arregló
sus bártulos y regresó a Venezuela.
SU DESTINO ESTABA EN EL CANTO
Ya de nuevo en Venezuela, se puso a trabajar; primero, en una Corporación Internacional y luego en los Helados Efe. Alternaba su trabajo de ejecutivo de la
empresa con sus estudios. Estudiaba música
en la academia de Juan Bautista
Plaza. Aquí conoció a la soprano Rosita del Castillo, tras enviudar de su primera esposa con la cual tuvo dos
hijos. Se casó con Rosita, y se unió a
ella en lo imposible para continuar perfeccionando su instrumento -la voz- en
una de las instituciones más renombradas de Nueva York: la Julliard School.
Actuó en numerosos teatros de los Estados Unidos y Canadá. Aquí resolvió cambiarse el nombre de Eduardo Melgar por el de Eduardo Viamonte, en homenaje a su abuela:
De manera que este último es y sigue siendo
su nombre artístico.
A pesar de que, fueron tiempos duros, en el norte le fue bien. Tenía como quien dice "el mandado hecho" cuando se le metió el
grillo de venirse de nuevo para Venezuela,
atraído por la novedad del gran
teatro que es el Teresa Carreño.
En el Teresa Carreño comenzó muy bien y llegó a
cantar Stabat Mater, una obra muy difícil de
Rossini, de corte religioso. Es una
de las obras más importantes que ha interpretado en su carrera, pero después
fue víctima de las roscas.
Tratando de romper las roscas que lo querían ahogar en Caracas, fue en
1.987, invitado a volver a su tierra natal
para ejercer él y Rosita la cátedra
de canto en el Conservatorio Antonio Lauro
recién creado por el gobernador René Silva Idrogo bajo la dirección de Pascual Fortunato. Los
gobernadores sucesores no creyeron en ese
conservatorio y le negaron los
recursos. Entonces, los muchachos del
bello canto, entre ellos, el hoy médico Carlos Pérez, en un esfuerzo por
mantener la cátedra, registraron la Fundación
amigos de la cátedra de canto de Ciudad Bolívar (Famicanto) 1.990. En
1.992 también el Museo del Teclado en Caracas, creó la cátedra de canto
"Cantamérica", donde unido a su actividad
artística; Eduardo y Rosita trabajaron
como profesores á de esas cátedras.
En
noviembre de 1997, los bolivarenses tuvieron la oportunidad de ver, sentir y
aplaudir en una de la salas de la casa
del Congreso de Angostura, el primer producto de esta cátedra. Omar Gutiérrez, rudelmis Montero, Alfredo
Bonilla, María Eugeni Briceño, Edgardo, Zoraime y Katiuska Rodríguez, Carlos Pérez, Eduardo Espinoza
ramón Gallardo, Adriana Yépez y Della Grudelle Iotta, quienes interpretaron
obras o parte de las obras de los grandes de la música culta como Mozart,
Handel, Puccini, Estévez, Moleiro y Giordani, acompañados al piano por
Sergeis Pylenkoff. (AF)