Las parrandas
de Soto en Ciudad Bolívar se dieron después que estaba consagrado como pintor porque durante su época de
adolescente en la parroquia Santa Ana no sabía ejecutar instrumentos musical
alguno no obstante ser hijo de Luis García Parra, quien era un ejecutor del
violín.
Soto, en la Cristóbal Rojas ,
más bien era un muchacho tímido. Quien le despertó su genética potencialidad de
parrandero fue su amigo del alma, el pintor Carlos Cruz Diez, quien hacía sonar
la guitarra al estilo cañonero. Fue él
quien le enseñó a Soto las primeras tonalidades y le gustó tanto el sonido que
se buscó un profesor tan pronto se hizo
ambiente en Paris. Nada menos que al
maestro Alexandre Nagoya, profesor del Conservatorio Nacional de Música
Superior de Paris.
Cuando era
estudiante de la Cristóbal Rojas
se iba por las noches a dar serenatas con Carlos Cruz Diez, caraqueño conocedor
del patio. Catia, La Pastora y San José, eran las parroquias preferidas y
de las muchachas pizpiretas y adictas tanto a la serenata ventanera como al
juego de la pizpirigaña.
Cuenta Carlos
Cruz Diez que una noche se fueron a Catia junto con varios amigos y eran las
dos de la madrugada cuando daban una serenata. Entones vieron venir a un
Policía y pensó: “La cosa como no va a estar bien”. No
obstante, continuaron cantando y el Policía, acercándose más, dijo
embelesado: ¡Que maravilla, que bonito!
Sigan cantando que yo los acompaño”.
Al poco rato se agostó el licor y el Policía solícito y complaciente
exclamó “No se preocupen, yo arreglo esto”.
Se fue a la bodeguita de la esquina. Golpeó la puerta con el rolo y se oyó una voz
soñolienta que desde adentro preguntaba “¿Quién es? –La Autoridad. Se abrió la puerta y se asomó un
señor semidesnudo con un paño en el cuello y el policía le dijo: “Dénos
una botella de ron” y así con suficiente combustible la parranda pudo
continuar hasta el amanecer con buena protección.
En una de sus
tantas venidas a Ciudad Bolívar, acompañado del pintor Víctor Valera y el poeta
Luis Pastori se le ocurrió a Soto participar en una parranda por los lados de
Vista Hermosa, pero luego por cierto imprevisto se dispersaron y cada quien
trató de regresar a su hotel. Luis
Pastori se extravió y preguntó a un individuo por las inmediaciones de una
Estación de Servicio ¿Cuál vía tomaba para llegar a su hotel? El hombre le respondió que mejor preguntara a
un agente del orden público. “Pero, señor es que no he visto a ninguno a 300 metros a la redonda”. “Ah, pues entonces dame la cartera” dijo
amenazándolo con un revólver.
Soto, amigo de
Alfredo Sadel, lo invitó para que lo acompañara a Ciudad Bolívar y estando
ambos de parranda en la casa del doctor Elías Inatti, a Sadel se le presentó un
percance: No podía cantar porque sentía
un oído tapado. Inmediatamente Elías lo
llevó al consultorio de su colega Vinicio Grillet y éste los recibió con una
botella de güisqui. Sadel reaccionó, “Doctor,
yo no vine a tomar güisqui sino a ver que tengo en el oído”. “No se preocupe que lo va a necesitar”
respondió Grillet y le aplicó el scopio.
Ven a ver Elías y Elías dijo que veía una nube azulada. A lo que de seguida pensó en voz alta Sadel: “Debe
ser el jabón azul con el cual me baño”.(AF)
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