Un
nuevo libro sobre Upata del escritor Amable Orta Luciani llegó a mis manos,
enviado desde Caracas, por el poeta y Coordinador de información de la
Universidad Experimental (UNEXCA). José Quiaragua Pinto, escrito en prosa y
verso y que rememora las casas, calles, paisaje urbano y ambiente bucólico de
la Upata de sus primeros años, antes de radicarse en Caracas donde estudió y se
realizó como profesional de las letras hasta el día de su muerte ocurrida en 2011.
Orta
Luciani, nacido en Upata en 1938, era
miembro de la Asociación de Escritores de Venezuela donde fue admitido como poeta,
narrador, ensayista, fundador de la revista “Rendija”. así como de varios
libros, entre ellos, ”Algún lugar, ninguno”, con dos ediciones. El libro “Upata, los días del antaño vivir”
fue su última obra, puesto que fue publicada en 2011 por el Fondo Editorial de
la Universidad Marítima del Caribe y en ella el autor drena la nostalgia del
tiempo vivido y el padecimiento que significa
retornar acaso por el desencanto de no encontrar lo que la dinámica
inconsciente de la vida suele alterar o
sepultar. Pero, no obstante, el amor por la tierra no lo detiene y fue así
lo que presentía que ya no pudo pensar en volver sino en estas letras que al
discurrir van evocando las cosas sencillas que suele magnificar la fantasía
propia de la niñez: el canto de las aves, las siluetas del amanecer, las
bisagras gastadas de las puertas que iluminan la bodega del Raspón, punto de
referencia de todo el vecindario que lo vió crecer hasta los catorce años,
cuando la algarada de la escuela Humboldt se perdió en el viento de la ausencia
como se perdió sin poderlo encontrar de vuelta aquel policía con el nombre del
padre de la patria que sancionaba a los padres cuando el muchacho no llegaba
temprano o, simplemente, no iba a la escuela según decía la maestra. Cuántas cosas se han perdido en la evolución
del modo de vivir: la oscuridad excitante de
fantasmas y duendes que jamás pudieron ahuyentar las lámparas de kerosene
o de carburo sino las bombillas de Thomás Alva Edison.
Nunca
su madre Evangelina le había contado la
historia de su padre Miguel Luciani nacido en Córcega, enriquecido con el oro
de Caratal y degollado por chácharos
gomecistas manejados por el Jefe civil del lugar que quiso de esta forma
apoderarse de sus bienes, ni de su abuela Concepción Acevedo de Tayhadat,
primera periodista venezolana, Luego que lo supo, digo yo, pudo quizá descifrar
su vocación literaria. Aquel relato materno
lo impresionó tanto como el desfiladero del Purgo camino de Altagracia que su
Madre solía pasar rezando la oración de San Marcos de León o elevándole
plegaria al Ánima de Parasco señalado por una cruz en la roca del camino de los
arrieros, muy cerca quizás de María Chiquita,
que comía hormigas y se bañaba con agua de orégano para mantenerse joven, longeva
y también para blindarse contra el impacto alucinante de tropeles y
caballos de Piar y de Tomasote, fiero soldado de él la batalla de Chiica, (AF).
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