jueves, 21 de diciembre de 2017

Los preparativos navideños


LOS PREPARATIVOS NAVIDEÑOS
Los preparativos para la fiesta de Navidad y Año Nuevo comenzaban, como ahora, antes de diciembre y su animación se fue acrecentando con los programas navideños de las emisoras a partir de la década del cuarenta.  En los  cuarenta todavía muy poco conocía el bolivarense los símbolos anglosajones de la Navidad. Estos penetraron por la brecha de la explotación del petróleo y del hierro.  Prevalecía bajo todo su esplendor religioso el símbolo sanfranciscano del Nacimiento y los parranderos iban de pesebre en pesebre cantando los aguinaldos del año y cada familia agradecida retribuía la visita con Amorcito o Ron ponsigué preparado en casa o la propia hallaca acompañada del exquisito jamón Ferry importado.
El Jamón Ferry, a bordo de los barcos de la Real Holandesa, llegaban en grandes cantidades listos para ser preparados en ollas especiales, con papelón y piña, planchados y aromados con clavos de especia.  Los miembros más solícitos de la familia guayanesa hacían coro en función de los preparativos navideños y en la ciudad había madamas especializadas en el arte de cocinar y poner en su punto a ese pernil curado e insaculado venido de ultramar.  Popular era la Negra Berta, cocinera de la maestra Nieves Martínez, muy solicitada por las familias angostureñas porque realmente era una experta en el arte de hacer de la pierna de jamón importado un exquisito condumio de pascua y año nuevo.
         No todo era importado.  También en casa se preparaban bebidas típicas y agradables como el "Amorcito", especie de cóctel con poco ron, jugo, granadina, jarabe de goma, almendras y otros ingredientes que degustaban con fricción muchachas y señoras al igual que el ponche crema o leche de burra, mientras que el roncito con ponsigué curtido en garrafas, era la delicia de los hombres que venían del campo.
La hallaca, el plato mestizo por excelencia de la Navidad y el que mejor sintetiza la cultura hispanoindia, era objeto de un bellísimo ritual que comprometía a casi todos los miembros del núcleo familiar en la tarea de ir al mercado, escoger los frutos, sancochar el maíz dos días antes, molerlo, amasarlo con onoto y manteca de cochino, formar las bolitas, preparar las hojas de plátano, seleccionar las que eran de tender y las de envolver, preparar el guiso, las rodajas de huevo, las aceitunas y alcaparras que cada quien iba por turno colocando sobre la masa tendida hasta quedar confeccionada la hallaca.  Luego venía la cocción, el degustar y el intercambio entre vecinos y amistades en una sutil suerte de competencia para discutir al final, entre gustos y maneras, cuál y de quién la mejor.
Parte de esa gran magia de la Navidad era el rapto del Niño Jesús que en la nochebuena  de Pascua la familia colocaba en el pesebre.
Entre el 25 de diciembre y el día primero del Nuevo Año, un día cualquiera, desaparecía del Nacimiento la representación del Niño y la gente de la casa, al darse cuenta, continuaba el juego tratando de dar con la supuesta familia autora del ingenuo rapto.  Al fin, alguien daba la pista con cierto dejo de complicidad, pero aquello no era más que un pretexto para provocar ruidosas visitas a la familia raptora y poner la gran fiesta.  De esta gracia tan pintoresca de la Navidad bolivarense muy poca gente se recuerda, como tampoco del Amorcito, del familiar ritual de las hallacas, del Belén ni de la fabulosa misa de cuatro de los caleteros.  Lo más puro y telúrico de la Navidad nuestra se ha perdido.  Estamos hoy en otra Navidad porque aquella de nuestros abuelos se ha ido y ya no vuelve. De todas maneras, Navidad es Navidad. (AF)


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