Toda la costa norte de la ciudad, desde La Cerámica hasta la Carioca , era hasta los
años cuarenta del siglo veinte, un recaladero de barcos de distintas esloras y
velamen, pero el más común y donde prácticamente se apiñaban las naves era el
arenoso puerto de La
Cocuyera , antes llamada “La Escollera ” “La Cocuyera ” –le decían- porque por las
noches se llenaba de luciérnagas que parecían estrellas salpicando de viva y
fugaces luces el ambiente playero.
El
puerto de La Cocuyera
era una rada, una bahía natural que se pronunciaba durante la temporada de
estiaje entre la punta pedregosa del Mercado Municipal y la punta del patio del
Resguardo convertido después en el Comedor popular Manuel Piar.
Ahora
a ojos vista “La Cocuyera ”
no existe por quedar fuera del juego dinámico de la navegación de cabotaje,
agredida por la mampostería del nuevo malecón y porque la navegación a vela
quedó anclada en el pasado, es decir, quedó superada por las máquinas de
propulsión y los grandes barcos mineros que no tienen porque arriesgarse hasta
donde ahora no hay fluvial vida comercial, no hay cocuyos, no hay caleta, ni
siquiera Aduana sino un enorme paredón con la consigna armada “Patria
o muerte, venceremos”, Vencida
quedó la ciudad al ser despojada de su Aduana y mutilada su Capitanía de
Puerto. Hasta el astillero que Alberto
Minet tenía en La Trinidad desapareció.
Quien
bien describe en feliz romance lo que era el puerto antiguo es el poeta Héctor Guillermo
Villalobos. “Estampas del Puerto en domingo” es un romance que el poeta
fecha en 1942 y en el cual evoca los mástiles embanderados, los barcos
parecidos a chozas levantadas en la orilla, al humo de las cocinas confundido
con el humo de las pipas de los viejos contramaestres.
No
obstante que el domingo no había movimientos de caleta parecía más claro,
alegre e iluminado por los parroquianos con sus típicos trajes domingueros
paseándose por La Alameda
colmada de árboles frondosos y desde lo alto de la catedral las campanas
llamando a misa, el lamento de las guaruras marineras, el clarín del
guarda-costa perforando la lejanía, los pájaros aleteando en el tope de las
grímpolas, el coloquio de lo vecinos del agua, los chistes, las canciones, las
risas.
Todo un
ambiente natural y espontáneo que insufla las arterias del poeta: “Mañana de madrugada / va a salir la "Carmen Luisa". /
La balandra se acicala / como una mujer bonita. /En el espejo del
río / su esbelta silueta admira, / mientras sus hombres alegres / repasan velas
y drizas. / Sueña en el amanecer / la
balandra "Carmen Luisa": / entre rumor de aparejos / y voces
de despedida / se irá como una mujer, / henchido el seno de brisa. / Es un caimán soñoliento / el bongo "Las Tres
Marías". / Descansa en el fondeadero / mientras
remiendan su quilla. / El patrón está en la popa / mirando el agua
dormida. / Masca tabaco y escupe. / Se
llama Pancho Medina / y es un
manco veterano / en más de cien travesías. / Pancho Medina se llama, / pero su nombre
de pila / se lo cambiaron sus hombres / por el de "Pancho Mandinga" / desde que cruzó "El Infierno" / en
un bote de espadilla... / De Río Negro hasta Las Bocas, / patrón de "Las
Tres Marías", / con el puño en el timón / ¿quién no respeta a "Mandinga"? / Allí está el bote "Confianza" / y a su costado el
"Pichincha" / y el
"tres-puños" "Luisa Cáceres" / que llegó de
Margarita; / "Las Tres Divinas
Personas" / y la "Josefa María", / la "Buena Fe", "La Esperanza " / del
capitán Leoncio Piña, / y tantos más... todos juntos / ¡como una sola familia! …”(AF)
Excelente crónica rubricada por la memoria visual de un paisaje esencial de nuestra historia. Cuando el río era nuestra quimera y nuestra vida. Ojalá algún día recuperemos ésta. Un abrazo. Adonai
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