Después
de su elevación como Presidente de la República, Rómulo Betancourt, visitó
Ciudad Bolívar el 2 de abril de 1959, pero pasó de largo para la zona del
hierro a poner en servicio la primera turbina de Macagua, no obstante que el
Presidente Municipal Luis Felipe Pérez Flores quería en sesión solemne
entregarle las llaves de la ciudad. La
gente especuló, sería porque días antes había estado en el Concejo el poeta
(comunista) Pablo Neruda como huésped de honor?
Rómulo no pasaba a los camaradas ni con la mina y la curbeta de sus paisanos los negros
de Curiepe.
Rómulo nació por esos lados, en Guatire,
y solía contar que cuando joven vendía tabaco en horas libres para sostener sus
estudios de derecho en la vieja Universidad de Caracas que se vio obligado a
interrumpir por trastornos de la política.
De vender tabaco le viene su inclinación por la pipa que no abandonó
sino hasta muy tarde, lo mismo que Fidel, tan adicto al aromático tabaco
habanero, tuvo que largarlo cuando su salud estuvo amenazada por la nicotina de
este producto que altera el sistema nervioso vegetativo.
Pero no obstante la pipa y el rapé,
Rómulo estuvo siempre revestido de una salud de hierro, de otra manera no
habría soportado los avatares tortuosos de la política que desde su época de
estudiante lo llevaron a los calabozos
gomecista de El Cuño, al ostracismo centroamericano y a ser constantemente
blanco de golpes, guerrillas y
atentados.
Quién no recuerda el atentado del 24 de
junio de 1960 en el Paseo Los Próceres dirigido desde la República Dominicana
por Rafael Leonidas Trujillo? Rómulo
todo magullado y quemado sobrevivió a la detonación de una bomba poderosa y a
las pocas horas estaba dirigiéndose a la nación
con las manos engasadas, parecidas a la de un boxeador, en un discurso
de antología: “Aquí estoy como el
Morocho Hernández., dispuesto para unos cuantas fintas antes de entrar de lleno en la pelea”.
Meses antes había dicho en un discurso,
con su peculiar voz atiplada: “que se me quemen las manos si alguna vez las
meto en el tesoro público” y aunque las manos se les quemaron en el atentado,
no por ello hay que barruntar que Rómulo alguna vez, como sí ha sido el caso de
muchos otros gobernantes, cayó en la tentación del enriquecimiento ilícito con
los dineros del estado. Fue un hombre
sencillo y severo, honesto y estricto, de carácter firme y con un sexto sentido
muy bien administrado.
Opuesto a distinciones y
condecoraciones, a las cuales son tan adictos los castrenses, siempre se negó a
aceptarlas, acaso por odio a su enemigo Chapita siempre recargado de preseas y
presillas o por aquello que en su libro Animali Parlanti,
escribó Giambattista Casti, poeta
satírico italiano: “Rangos, grados,
distintivos y condecoraciones, adornos, dijes y colgajos, títulos, marquesanos
y honores son cosas que confieren honra a quienes carecen de méritos”.
Rómulo Betancourt escribió cuentos muy
malos. Definitivamente no servía como
literato; en cambio, publicó trece libros políticos muy densos, ente ellos, “La
Revolución Democrática en Venezuela”
El hombre de Guatire llegó a ser considerado por
Pancho Herrera Luque como uno de los cuatro artífices de la Venezuela independiente que surgen después de la emancipación en su
ensayo los Reyes de la baraja. Un venezolano auténticamente democrático que
rechazó sin ambigüedades a todo tipo de regimenes autoritarios. Su posición irreductible fue consagrada
continentalmente como “Doctrina Betancourt”.
Su segunda presidencia pasó por momentos difíciles,
realmente cruentos y tormentosos. La izquierda
sublevada marcaba los muros de las ciudades con dos consonantes –RR- que el
venezolano perspicaz y agudo descifraba
como “Rómulo Renuncia”. Acaso fue lo que
le inspiró en su discurso en la Plaza O´Leary del 13 de febrero de 1962 la
frase famosa “Yo soy un presidente que ni renuncia ni lo renuncian”. (AF)
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