Es
raro el día en que la página roja del periódico de cualquier lugar de Venezuela
no reseñe algún hecho de sangre porque una mujer o viceversa le montó cuernos a su marido.
Los dramas de
la infidelidad son tan comunes que ya no escarmientan sino que parecen
estimular porque cada vez se multiplican de manera dolorosa. Un sociólogo me
decía en estos días que se requeriría un grado de cultura tal para comprender
situaciones de esa naturaleza y resolverlas con la mayor entereza y
tranquilidad.
Por lo que percibimos, en Venezuela ese grado de
cultura está muy por debajo de lo normal.
Hasta hace poco tiempo, la ley condenaba el adulterio de la mujer y no
así la del hombre que por lo común es más severa y permanente, hasta que la
democracia trajo aparejada la igualdad social y quizás por ello son más
frecuentes los casos de parte y parte; pero el hombre, más que la mujer, no la
soporta, no la tolera, no la comprende, la toma, en todo caso, como una ofensa y
deshonra que solo la compensa la muerte.
A Federico Pacheco Soublette, excelente
periodista, fue acribillado en el
cafetín de Puerto Escondido por un abogado que no soportó la relación de
infidelidad que mantenía su esposa con
el autor del ”Recadero Municipal” cuyo nombre como profesional honra El
Nacional con un premio anual al mejor de sus corresponsales. En dos ocasiones, durante los 25 años que
trabajé con El Nacional, obtuve ese
premio.
De la infidelidad conoce la humanidad
desde tiempos ignotos y la expresión común de
“Cornudo” es muy universal. Según
todo cuanto se ha escrito sobre la materia tiene su origen en el arte de la
cinegética, es decir, de la caza, porque en la época del apareamiento, el
ciervo elige varias hembras y se ceba con ellas hasta que otro ciervo más
apuesto y vigoroso desafía sus derechos.
Como los ciervos tienen cuernos y otros machos le arrebatan sus
compañeras, es evidente la aplicación del término.
Otra versión lo relaciona con Andrónico
I, emperador de Bizancio, antigua colonia griega fundada en el siglo VII antes
de Cristo, que elegía sus amantes entre
las esposas de los dignatarios de la corte.
Como forma de compensación le regalaba al esposo un extenso territorio o
parque de caza, y como símbolo de su nueva propiedad, el beneficiario podía
clavar las astas de un ciervo sobre la puerta de su residencia. Y todo el que pasaba frente a una puerta así
cornificada podía hacerse una idea bastante clara del grado de fidelidad conyugal
de ese hogar.
Al doctor René Silva, compró una
vivienda en la Avenida Maracay
que tenía el nombre de Quinta Cachón. Lo
cierto es que cuando se mudó para allá, su esposa Silky, lo obligó a
quitarle el nombre que nada tenía que ver con la versión de los ciervos ni
menos con el emperador bizantino, pero aducía que el guayanés es muy malicioso.
En el Oriente venezolano, cuerno tiene
un sinónimo popular: “Cacho”, de manera que a un “Cornudo” le dicen “Cachúo” o
“le están pegando cacho”. También
significa coloquialmente cuento, ficción, embuste,
exageración. Es común la expresión
“Cachón”. Y en cuanto al vocablo “cuerno” en general, no sólo es utilizado para
estigmatizar a quien es víctima de deslealtad conyugal sino también para
despedir a alguien con enojo: “Váyase al cuerno” o cuando decimos: “me huele a
cuerno quemado” para referirnos a una persona de la cual sospechamos o nos da
mala espina.
En Guayana los artesanos aprovechan el cacho, no el que
pueda ponerle su mejer sino el que consiguen en
el matadero –el madero de ganado no en el otro- para peines, cortejos,
figuras ornamentales. Antiguamente la
gente de a caballo llevaba un cacho sostenido con una cuerda para tomar agua del
morichal o del estero sin apearse de la bestia (La caricatura es del pintor
Régulo Pérez hecha junto a Kiko una noche que nos reunimos en la Casa de Wolfgan Schroder en la Avenida Táchira junto con Denis Andarcia y Jesús Rodríguez Coa) (AF)
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