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MÁS DE AMÉRICO FERNÁNDEZ
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Mayo marca el nacimiento de esta ciudad que, como capital de la provincia de Guayana y con el nombre de Santo Tomás, estuvo errando río abajo y río arriba durante unas cuantas décadas hasta que al final encontró puerto seguro para anclar sus esperanzas.
Ahora es una ciudad distinta, y con nombre distinto, alterada en su ritmo original de vida. No ha mucho que comenzó a acusar las formas impetuosas de la adultez. Pero la ciudad sigue despertando en mayo con un alegre amanecer de campana; sólo que la campana de ayer no existe, sino rota y mohosa en el jardín de la colonial Casa de San Isidro y la orquídea ya no es silvestre, sino que cuelga cautiva entre las ramas de los árboles de algunos patios domésticos y un inmenso puente de acero interrumpe el camino fluvial del crepúsculo, mientras el río, el gran río se ve impedido de recrear su preñez entre los parajes arenosos de los urbanizados morichales, con menos cardume y cosecha de zapoaras.
Por sencilla, bucólica e incipiente, la ciudad de ayer fue distinta, pues aunque estaba montada sobre un cerro urbanizado a fuerza de barra y pólvora, respiraba el aire oloroso a mango y merey de los morichales. La ciudad llegaba hasta el obelisco de la plaza Maturín, hasta Perro Seco y El Tapón. Ir a Los Morichales y al río San Rafael, entonces cristalino y rumoroso, era como una hazaña para un muchacho de los años 30 o 40 todavía.
Al San Rafael se iba en días de asueto, con hondas, mochila y alpargatas de cuero. Este río, al que el poeta Héctor Guillermo Villalobos llamó el bisnieto del Orinoco, prodigaba una agradable fronda de mereyes, hicacos y pomarrosas, asediada por chicharras y pájaros cantores. Hoy, la ciudad moderna lo ha reducido a una triste y deprimente huella del pasado.
El otro rostro
La ciudad moderna comenzó con la avenida Táchira en tiempos de Ovidio Pérez Ágreda y por esa vía que se extendía hasta el aeródromo de la Laja de la Llanera, los bolivarenses comenzaron a conocer el asfalto donado por la Standard Oil y lo caminaron y rodaron el 22 de febrero de 1940 para admirar a Mary Calcaño, la primera guayanesa pilotando su propia avioneta.
Entorno a esa avenida comenzó a nucleares la ciudad nueva que en la actualidad abarca una extensión de más de 5 mil hectáreas con calles y avenidas pavimentadas por donde circulan unas 300 mil almas.
La ciudad moderna comenzó con la avenida Táchira en tiempos de Ovidio Pérez Ágreda y por esa vía que se extendía hasta el aeródromo de la Laja de la Llanera. | ||
El Hipódromo Viejo, Merecure, y Los Corrales, donde depositaban el ganado que venía por barcos y chalanas de otros lugares, pasaron a mejor vida, hoy son zonas urbanamente irreconocibles al igual que los ríos San Rafael, Buena Vista y Cañafístola dejados atrás por el crecimiento a veces espontáneos, a veces planificado y muchas veces anárquico.
Antes, la vida de Ciudad Bolívar transcurría en el casco viejo, en torno a la Plaza Bolívar, la Catedral, el Mercado y el Paseo Falcón que era el sitio de esparcimiento. Este paseo, ahora invadido de automóviles y buhoneros, era la clásica Alameda para pasear a pie, disfrutando las noches de luna llena y las retretas, los desfiles de carnaval, la festiva pesca de la zapoara y sentarse a lo largo de la isla central a tertuliar y respirar la brisa fresca del Orinoco.
Los mejores hoteles y botiquines estaban concentrados a lo largo de ese paseo donde para mayor relevancia se había desarrollado una arquitectura porticada de estilo antillano desde cuyos balcones se dominaba toda la panorámica fluvial animada por veleros, barcos de vapor, falcas, barcazas, curiaras y chalanas trasbordando vehículos y pasajeros. Los modales, el comportamiento de la gente era otro, evidenciaban rasgos de una educación, de una cultura cultivada tanto en el hogar como en la escuela dentro de unos moldes de rigor y disciplina.
El calor del hierro
Antes de la segunda mitad del siglo XX, la ciudad era otra, aún en la educación y la cultura, acaso porque no había aflorado el hierro y la población no llegaba a los 60 mil habitantes. Apenas un liceo, el Fernando Peñalver, que ahora está cumpliendo ochenta años, 80 con ese nombre porque la educación de segundo nivel viene desde 1840 que se instaló el colegio Federal de Guayana y se graduaron los primeros bachilleres bajo la rectoría del insigne educador Ramón Isidro Montes, fundador también de los estudios superiores y de una escuela de obreros y artesanos.
Hoy la ciudad ha crecido y la educación también ha multiplicado sus aulas, se ha masificado aunque a costa de una calidad que recuerda la expresión de José Ingenieros “todo tiempo pasado fue mejor”.
Y con la educación aparejada iba la cultura artística, especialmente la música, el teatro, el canto, la poesía y las comparsas de carnaval de Merced Ramón Mediavilla y luego Alejandro Vargas. Había escuela de canto, escuela de música y poetas modernistas como J.M. Agosto Méndez, con mucha imaginación y riqueza de vocabulario: romanceros como Héctor Guillermo Villalobos y renovadores como Luz Machado, Mercedes Bermúdez y los jóvenes del Grupo Aureoguayanos.
Ciudad Bolívar vivía de su río y de su aduana. Era el principal puerto fluvial de Venezuela. Todo cuanto se producía en el arco sur del Orinoco, se despachaba a través del Puerto Fluvial de la ciudad y por ese mismo se importaba herramienta, telas, harina, vinos, quesos finos y enlatados. Había una pequeña industria manufacturera en los rubros de vela, jabón, fósforos, velas zapatos, alpargatas, escobas, amargos, vainilla, curtiembre, telares, cerveza, refresco, mueble, hierro forjado, pasta y orfebrería.
Después de 1952 surgió Ciudad Guayana al calor del hierro y Ciudad Bolívar, progresivamente fue perdiendo su rango de principal puerto fluvial de Guayana y Venezuela. La zona del hierro absorbió la población activa y se resintió su economía tradicional.
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