“Mesonero”
es el vocablo común y corriente utilizado en Venezuela para distinguir el
antiguo oficio de Camarero al estilo de Reinaldo Antonio Maya en la fotografía
ilustrativa que por casualidad encontramos en nuestro archivo
Esta fotografía donde aparece Maya, tan
solícito y apuesto, no se la tomó él mismo, puesto que él, además de actual
cultivador de sandías en las feraces tierras de San José de Bongo, es y fue
reportero gráfico egresado de la escuela de Chemelo. Seguramente la foto se la tomó un colega
no bien intencionado, pues no creo que a
Maya le agrade mucho hacer este servicio por el cual se devengan variadas como
algunas veces sustanciosas propinas y, aunque viéndolo bien, él se desplaza muy
jovial y orondo con sus copas en bandeja aparentemente fabricada con aluminio
de Alcasa.
Me pregunto dónde y en que tiempo y
lugar se la tomaron y con cuál tipo de cámara, ¿yashica, minolta, kodak,
reflex? Seguro que no fue con una Sony
digital como la que trajo Roberto Roja de Miami. Para ese tiempo de su juventud la cibernética
no estaba tan avanzada como ahora.
Retornando al comienzo de la nota,
puesto que no era de Maya que queríamos escribir sino del vocablo “Mesonero”
para denotar su mal uso, puesto que de acuerdo con al Diccionario es el amo o dueño
de un mesón y que sepamos aquí los “Mesoneros” no son dueños sino de su propio
oficio que atiende, cual azafata a los pasajeros de un avión, a los clientes
del restaurante, bar o café a cambio de una propina, aparte de la que ya le
cargan al cliente en la factura de consumición.
Que lo diga Julián Dimas con 30 años de
experiencia trabajando en lugares frecuentados por una clientela singular como
lo fue en sus mejores tiempos El Farito, o el Bhraman Grill regentado por el
cantante Luis Salvador o La Noche bajo la batuta y voz
de Álvaro Enrique, donde las chicas despertaban sus ganas de amar con “Beso de
Ángel” en copa cherry, ponche crema y calúa, sin hielo, por supuesto, y no al
contrario como siempre le ocurría al barman Alexis Díaz cuando pagaba su noviciado.
Un mesonero fijo y con propina en
Ciudad Bolívar no puede sostenerse por mucho tiempo si tiene familia como es el
caso de Dimas, habitante de Hipódromo Viejo, que tiene que alternar el oficio
con su venta de casabe, verduras y limón de coctel en la rampa de La Carioca.
Julián
Dimas nunca fue a la Escuela de Mesoneros.
El aprendió por cuenta propia y estimulado por John Sampson y Carlos
Mejías que lo utilizaban frecuentemente en sus bonches. Es autodidacta del oficio y sabe que un buen
mesonero es aquel que conoce al cliente desde el primer día. Comenta que hay
clientes arrojadizos y volubles como una mujer fatal; a veces doctos y
enterados como un catedrático. A veces monotemáticos y a ratos buscando
sorpresas. Al cliente lo atrae la cocina y lo espanta el servicio porque de verdad,
así como hay chef formidables hay mesoneros antipáticos que ni siquiera ven al
cliente. Están tan distraídos que nunca saben quién pidió qué, o que no
advierten que hay que retirar los platos. Por último –me dice – están los
pegajosos, los excesivamente amables, los que atosigan sirviendo vino y los que
invaden la privacidad. El cliente quiere que lo atiendan con prontitud,
cordialidad y educación. Con discreción. Y fundamentalmente, que no lo engañen.
"Servicio lento, descuidado" es la frase más frecuente. Una sentencia
filosa que acaba con los locales. Nadie frecuenta tres veces un restaurante
donde la cocina sea buena pero el servicio rematadamente malo. Si preguntas a
un propietario o administrador de restaurante cuál es su principal problema, responde
"el servicio". No hay escuelas de mesoneros y tampoco vocación. El
mesonero tropical generalmente es improvisado o caído en paracaídas así como
Maya en estas circunstancias. (AF)
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