El
Profesor Lucas Rafael Álvarez (Luquita) se distingue como el primer Presidente
de la Asamblea Legislativa del Estado Bolívar, inaugurada a raíz del movimiento
cívico militar que luego de la dictadura del General Marcos Pérez Jiménez,
instauró en Venezuela el sistema democrático de nuestros días.
Aquí lo vemos invariablemente sonriente
y con visión de lentes, compartiendo con
su esposa y el autor de esta columna en el festivo ambiente de uno de esos
brindis acostumbrados en la llamada “cuarta república”.
El profesor Lucas Rafael Álvarez nació
en Upata y cuando de allá se vino junto con su paisano el pediatra egresado de la Sorbona , Gervasio Vera
Custodio, aún no había logrado el título de bachiller que recibió más tarde en
el Liceo Peñalver, pero había sido concejal y presidente de la Municipalidad de
Piar desde donde hizo posible el triunfo de AD en diciembre de ese año. También había sido autor del Himno del Liceo
Humboldt del Yocoima.
En la primera Directiva de la
Legislatura estuvo acompañado con el diputado número uno de la lista, el doctor
José Luís Machado Luengo en calidad de primer vicepresidente, y de Américo
Fernández, segundo vicepresidente, electos los tres con el voto unánime de los
circunstantes. Fue la primera prueba de
fuego para quienes en ese recinto debutaban sin ninguna experiencia
parlamentaria.
Lucas Rafael Álvarez fue después director de Educación y Cultura en
sustitución del profesor José Simón Escalona, gobierno de Leopoldo Sucre
Figarella. Jamás fue un adeco sectario
aunque obediente a la línea partidista en los asuntos donde tocaba representar
los intereses de su tolda política.
Fue perseguido y preso político de la
dictadura y, sin embargo, no era un hombre de discusión sino de comprensión.,
tal vez, peculiaridad genética de los Álvarez upatenses o simplemente porque
venía de la provincia adentro, donde como dice Neruda en uno de sus sonetos, se
amasa el pan paseado la harina por el cielo.
Perteneció al Club de Leones a pesar de
no tener la melena que entonces exhibían los hipes por las calles empinadas del
casco urbano de Ciudad Bolívar y es que para ser León no se necesita melena
sino nobleza y temple y Luquita Álvarez se distinguía por esas cualidades.
Había entre ambos una gran empatía no
obstante militar en tiendas partidistas adversas. Upata era para entonces un
pueblo mayoritariamente adeco, pero nada fanático, compartía amigablemente con
todo el mundo. La visité muchas veces
invitado por Damelys Valdés, linda morena candidata a reina del bicentenario de
Upata y por don César Castro Grúber,
agrimensor y piarista sin llegar al extremo de Tavera Acosta. Castro Grúber me empapó de las propiedades y
milagros del babandí que me sirvió para un reportaje en el diario El Nacional
que impactó en toda Venezuela hasta el punto de que Billo Frómeta insertó la
raíz de la planta afrodisíaca en una de sus populares melodías.
“Chirelito” un semanario humorístico de
Upata, publicó la lista de los upatanses prominentes que no solamente
utilizaban el babandí para el cortejo amoroso sino el Palo de arco favorito de
los indios Yanomami del Amazonas y hasta el agua de Bosnia importada.
En una plenaria de la
VI Convención Nacional de Periodistas
celebrada en Ciudad Bolívar en julio de 1968, el delegado por Ciudad Bolívar,
Evelio García, trajo de Upata un saco de Babandí y lo vació en el
presidium. Todos los delegados, unos
150, como muchachito bajo piñata rota,
le cayeron encima, mientras Lucas Rafael Álvarez era objeto de los más sonoros
chistes en otra plenaria, la del Club de Leones. (AF)