¿Quién
inventó la escoba? Me pregunto y como
desconozco la respuesta, trato de dar con ella en algún diccionario histórico,
pero tampoco. Parece que no la
inventaron como las modernas máquinas de
barrer, sino que emergió por arte de magia y de birlibirloque o, simplemente,
algún tribal sufriendo sus propios desperdicios
encontró una manera de evitarlos utilizando una planta papilionácea o alguna conífera atacada por el Royal.
Lo importante es que la escoba existe y
ha sido universalmente útil para bien de la salubridad doméstica y
ambiental. Claro, no basta con que la
escoba exista, sino que hay que saberla manejar, para lo cual no se requiere
mayores habilidades ni arte mucho menos, de lo contrario no sería posible ver
gente tan connotada como los señores regidores municipales estrenando escoba
nueva decididos a echarle un escobazo a las sucias calles de la ciudad capital
que una vez fue tan limpia, aunque no tanto,
como Wisconsin que llegó a ganar el premio como la ciudad más limpia del
mundo.
Tuve la fortuna de visitar esa ciudad y
confieso que era entonces tan impecable que la imagen de los transeúntes se
reflejaba en el pavimento. Ciudad
Bolívar no aspira tanto sino que al menos sea respirable y que no espante a los
turistas y viajeros hasta ese punto indignante que llevó a Renny Ottolina a
pedir prestada una escoba para el mismo barrer el Mirador Angostura.
Domingo Álvarez Rodríguez, Jaime
García, Elías Inaty y García Morales, cuando estaban vivos y eran concejales,
alineados en la gráfica, no aparecían como turistas visitantes sino que eran
muy de acá del patio angostureño, concejales
que tratando de concienciar o dar el ejemplo a sus coterráneos, se
armaron de sendas escobas y comenzaron a barrer las calles, pues entonces como
hoy, el aseo urbano y ornato de la
ciudad dejan bastante que desear, muchas veces por culpa de los propios
residentes.
Antes, hasta los tiempos del Gordito de
Michelena (Léase Pérez Jiménez), el problema no era tanto o, mejor dicho, la
basura no era ningún problema. La ciudad
brillaba de lo limpio. No existían las
bolsas de polietileno aguardando las uñas husmeadoras de gatos y perros
ansiosos de hallar lo que sus amos le
mezquina o a los desarrapados que viven de los desperdicios al igual que los zamuros de la carroña.
La recolección de basura era desde las
nueve de la noche hasta el amanecer y como los parroquianos sabían que era
dentro de ese lapso convenido, pues dentro de ese lapso o espacio de tiempo
sacaban sus pipotes, de suerte que durante el día ni un papelito ni palito de
posible se veían en las calles. Las
barredoras electromecánicas paseaban por calles y avenidas completando el
trabajo y vale decir que no era necesario pues los residentes no se conformaban
con barrer la acera de su casa sino que las escobas la deslizaban hasta la
media calle. Para las amas de casa era
un ejercicio más efectivo para la salud que ese que calza el lema “correr es
vivir” y por el que tanto abogaba el farmacéutico Penzini Fleury.
Los chóferes casi nunca se quejaban ni
protestaban como ahora, pues sus automotores no padecían los huecos y hondas resquebrajaduras del
pavimento. Claro, el pavimento era a base
de concreto armado, de buen cemento.
Hasta la Calle
Caracas , la más larga, era de un cemento que duraba una
eternidad, el mejor ejemplo es el casco histórico con calles que suben y bajan
con su cubierta de cemento gris importado de Hamburgo hace más de cien
años. En cambio, las vías asfaltadas hay
que repavimentarla cada dos años o menos porque no resisen un aguacero ni menos
un bote de agua salido de alguna alcantarilla, cloaca o tubo roto.(AF)
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