jueves, 13 de noviembre de 2014

Don Tomás Rivilla


El día de la Navidad de 1994 que parecía tenerlo fatalmente marcado, falleció el popular comerciante minorista, don Tomás Rivilla. El popular “Negro de las Lamus”, murió en plena fiesta navideña alumbrada por un cielo de estrellas y cohetería, a edad octogenaria con dos gratas obsesiones: La Universidad, por la cual luchó hasta lograrla y las antiguas Esquinas de Ciudad Bolívar.
Tomás Rivilla no quiso doblar la última esquina sin recordar para las generaciones presentes y futuras el nombre de las Esquinas de la ciudad que él conoció, desde que lo apodaban “El Negro de las Lamus”.
Las Lamus era una familia vecina a la Logia Asilo de la Paz, frente a la Estatua de la Libertad, a la cual su Madre upatense lo estregó luego de la violenta muerte de su padre entre espuelas y apuestas. Creció allí hasta los 18 años que le tocó irse a trabajar a la New Golfield donde las madamas de ancho faralao le ofrecieron domplín y otros sabores del heredado condumio antillano. El Callao no era el pueblo minero de hoy ni tenía esquinas populares como Ciudad Bolívar sino oscuros túneles como cuevas de lobos, sin más salida que la propia entrada.
No nació Rivilla para recrearse en el duro trabajo de la veta horadada a fuerza de detonantes, sino para comprar y vender al por menor, de suerte que un buen día de yuntas y carreros, estuvo de vuelta y se ubicó como pudo en un puesto del Mercado Principal del Mirador Angostura hasta que vino Sánchez Lanz y lo sacó de allí con Mercado, pancarta de la Universidad y todo. Para mayor protección buscó la vecindad de Nuestra Señora de las Nieves y en la deshabitada Casa de los Handerson instaló su sueño de quincalla y refresquería que una mala noche del 25 de diciembre de 1965 le explotó en sus propios pies. 500 tumbarranchos interrumpieron su sueño de ocho noches de desvelos, sumados a los ruidos de furrucos y patines que sincopaban al ritmo de sincréticos villancicos.
El demonio del infierno que presintió de cerca en las profundidades auríferas de El Callao se le atravesaba en la Esquina de la Catedral, e insaciable lo aguardó cuatro años después, una tarde de Feria, Noviembre de su cumpleaños.
Entonces el Negro Rivilla se preguntaba ¿por qué si conocía los riesgos de la pólvora, caía en la tentación de la cohetería? ¿Por qué si la dictadura menospreciaba la libertad que es sustancia y sustento de la institución universitaria, él se atrevía a colocar en el frontispicio de su negocio? “Dios guarde a mi general que pronto nos traerá la Universidad” ¿Por qué si Cipriano Castro nos la arrebató de un plumazo, Marcos Pérez Jiménez que también era andino y autoritario como Castro, la iba a regresar? Esto el Negro Rivilla no se lo podía explicar.
Un día nos confesó sin complejos que tenía un atraso de 40 arios. Así y todo recogió de casa en casa 40 mil firmas en pro de la Universidad que si bien no conmovieron al dictador, sensibilizaron en 1958 al presidente de la República Edgar Sanabria, pero el decreto presidencial en vez de Ciudad Bolívar, dispuso como sede principal la ciudad de Cumaná, tierra natal del Presidente y también de Luis Manuel Peñalver, su primer rector. La capital bolivarense al igual que la de los demás estados del Oriente, tendrían sendos núcleos.
De todas maneras, Tomás Rivilla siguió trabajando para que Guayana tuviese, además del Núcleo Bolívar de la UDO, su Universidad propia con sede en Ciudad Bolívar. Esto no fue posible sino en tiempos del presidente Luis Herrera Campins.

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