Carmen Carrillo, quien nació el 18 de abril de 1963, es una mujer inquieta. Vital, diría yo. Una profesional que no se arredra. Pesquisante. Inconforme hasta llegar al fondo de las cosas. Ella, a riesgo de que la tilden de fastidiosa, se siente
algunas veces el Columbo de la película; pero, ¿quién se podría sentir
fastidiado ante quien no solamente es frágil y atractiva sino que es inteligente. Tiene sentido de la
oportunidad y suaviza las preguntas periodísticas
más difíciles con un dejo de ternura? Ni Leopoldo Sucre Figarella que en cierta ocasión hizo que se la sentaran cerca ante la posibilidad de que alguna vez lo
ayudara a escribir sus Memorias, pero eso no prosperó. Carmencita es maracucha como la heroína
Ana María Campos, controversial y rebelde.
Es zuliana como su madre Marina Isabel Agreda, pero
su padre José Carrillo Romero, un valiente periodista
que estuvo años preso por combatir la dictadura perezjimenista, era
margariteño y siguiendo las huellas paternas, a Carmencita le atrae la pesca de altura contradiciendo aquello, tan en boga, en la boca de muchos, de que un periodista es un mar de
conocimiento y un dedo de profundidad. Ella quizás tiene mucha escuela, la de la UCAB y la de El Nacional,
amplias para el aprendizaje, pero como el buzo Eduvigis Lunar, de la
isla de Coche, son de grandes brazadas la profundidad donde bucea para obtener
madreperlas como el Informe Espinoza del que prefiere no hablar, tal vez por
aquello de que si ayer tenía cien detractores, hoy debe tener 500. Son sus propias palabras lanzadas
como granizada por el hilo telefónico que
durante esta conversación entre
colegas parecía no estar intervenida.
De todas maneras admite que fue una experiencia extraordinaria por todo cuanto de bien
entraña para la institucionalidad democrática
y para ella misma como profesional
.
Una persona joven en años puede ser vieja en horas si no ha perdido el tiempo,
creo que así escribió el filósofo ingles
Francis Bacon, y Carmencita, por negarse a perder tiempo madura contra
el tiempo a una velocidad vertiginosa. En
dos años apenas (86 y 88) ha ganado dos veces el Premio "Federico Pacheco Soublette" como la
Corresponsal de provincia más sobresaliente y ningún colega se lo puede
regatear. Se lo merece sobradamente. Es
admirable. Lo ganó con capacidad,
entereza y trabajo envidiables.
Carmen Carrillo vibra y vive en la noticia cada minuto de las 24 horas
del día. Lástima —nos dice—que el periodista se esté viendo o ¿acaso se ha visto siempre? como el culpable
de todo. Busca en la memoria la figura de
Nweihed Caldone, su profesor en la Universidad Simón Bolívar, donde
inició sin poderla terminar, una Maestría en
Ciencias Políticas.
Caldone le decía que en el mundo
hacía falta más solidaridad que diplomacia. La solidaridad humana está en decadencia y la diplomacia como decía alguien, sigue
siendo el camino más largo entre dos puntos. El periodista,
entre esa cáfila de seres despersonalizados por el crecimiento industrial, padece del desengaño que significa la falta de solidaridad, sobre todo, a
la hora de desentrañar la verdad. Otros prefieren la diplomacia para que todo
se alargue o siga igual.
—No podemos darnos el lujo de mentir. Tenemos que trascender con la verdad porque de lo contrario todo
estará perdido y, decirla no consiste
solamente en destapar ollas como la del affaire provocada por el dossier "Espinoza" para que todo
el mundo se espante y nos quede un saborcito amargo, sino para poner al
descubierto realidades tan humanas como la de las dos Venezuela. Parodiando un
tanto a Arturo Uslar Pietri: la Venezuela
del hierro representada en Puerto
Ordaz y la Venezuela rural y marginal, representada en San Félix. Entre ellas dos, en vez de un río
que alumbra con su fuerza a Venezuela, hay un abismo en el cual deberían caer los políticos que hacen
a los periodistas culpables de sus errores.
¿Qué puede decir Carmen Carrillo que además de verdades escribe poesía? ¿Qué puede decir ella a la hora de ganar por segunda vez el "Federico Pacheco Soublette" en el lapso de dos años? ¿Que está contenta? Puede estarlo ¿Quién no si es un orgullo? Pero ella lo confiesa sin
reticencia: Está asustada porque en lo adelante no sólo tendrá que demostrar
que no se dio de manera circunstancial sino
que fue el producto del esfuerzo y la productiva constancia en el trabajo, en el quehacer periodístico sin tregua ni desmaye.
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