viernes, 20 de julio de 2012

Un manatí para el dictador



El 12 de marzo de 1932, el presidente del estado Bolívar, ingeniero Toribio Muñoz, le hizo al dictador Juan Vicente Gómez el hermoso obsequio de un manatí, capturado en el Orinoco.

Este mamífero de pocos meses capturado con arpón en el Orinoco, desciende de un gigante del Atlántico que suele remontar el Orinoco, donde es capturado con arpón o palangre de veinte anzuelos, para aprovechar la piel, la grasa y su carne de cuatro sabores. Pero en este caso fue para complacer al dictador Juan Vicente Gómez, pues cuando estuvo en Ciudad Bolívar sometiendo a los revolucionarios de la Guerra Libertadora, le llamó la atención este sirenio y así se le cumplieron sus deseos de tener un ejemplar en el zoológico de Maracay, gracias obviamente al interés de don Toribio Muñoz, antiguo alumno del doctor Emilio Palacios.

El Manatí gigante mide hasta cuatro metros y según los estudios puede vivir medio siglo, si es que lo dejan vivir porque como otros pisciformes del mar y del río, también tiene voraces depredadores que no respetan su tamaño para atraparlo de alguna forma y aprovechar tanto su piel como la grasa, la carne y huesos.

Oscar Castro, alias Corocoro, el pescador más antiguo del Orinoco, sostenía que la carne de este sirenio tiene según sus partes y color, sabor de cordero, de res, cerdo y lau-lau. Que tenga sabor de lau-lau no extraña porque, al fin y al cabo, ambos se alimentan de gamelotes, ramas y frutas.

Corocoro, quien llevaba 60 años pescando en el Orinoco, vivía en la margen izquierda del río, al borde de la colina donde el armador Alberto Minet construyó la casa más placentera de Soledad, desde donde se domina el empinado casco urbano de Ciudad Bolívar y la Piedra del Medio que mide las subidas y bajadas del río.

Oscar Castro, además de pescador fue fiscal de pesca y caza hasta que el MAC lo jubiló después de haberle servido durante 30 años. Entonces era sesentón. Cuando me contó lo del manatí era octogenario. Siendo fiscal cuidaba de la fauna, del manatí, las toninas y muy especialmente de las tortugas de Pararupa y también las bocas de los caños contra el aldrin y el barbasco que suelen emplear los enemigos de la fauna orinoquense.

Cuando comenzó a ser fiscal de pesca, asistió a unas cuantas charlas y aprendió muchas cosas, entre ellas, lo que significaba continuar sin control con la captura del caimán, la tortuga arrau y el manatí. Eran piezas de la fauna orinoqueña que corrían el riesgo de desaparecer por la forma intensa e irracional de su explotación.

Castro contaba que de estos anfibios, el manatí es el que está en desventaja. Quedaban pocos, acaso menos de un centenar, incluyendo no sólo los que pueblan el Bajo Orinoco y Apure sino también el Delta y el Golfo de Paria.

El amigo Oscar Castro nos configuraba el manatí como un zeppelín, de un tamaño que puede variar entre tres y cuatro metros en su estado bien desarrollado. Su trompa, vista de perfil, se asemeja a la de un cerdo y de frente alienta el aire de una tortuga. Delante, a manera de brazos cortos tiene dos aletas y en la parte posterior sólo la cola, la cual termina en un borde redondeado.

El color de su piel, gruesa y rugosa, varía de acuerdo con el ambiente de su hábitat. En el mar, gris azulado y en el río, pardo claro.   Es manso, fácil de capturar con palangre y arpón, especialmente en tiempo de aguas bajas.(AF)

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