miércoles, 11 de agosto de 2021

NI DESCUBRIMIENTO NI ENCUENTRO / Arturo Uslar Pietri

El eminente historiador me¬xicano Silvio Zabala, con todo el peso de su gran au¬toridad sobre la historia ameri¬cana, acaba de pronunciarse de un modo que me parece definitivo y definitorio sobre el absurdo de¬bate que se ha tratado de plantear para encontrar un nombre ade¬cuado al incomparable hecho his¬tórico que ocurrió hace medio mi¬lenio, cuando los europeos llega¬ron por primera vez al continente que más adelante se iba a llamar América. En un brote de emoción nacinalista, al que se mezclan las influencias de la querella actual del llamado Tercer Mundo contra sus antiguas metrópolis colonia¬les, algunos notables autores han levantado sus voces para protes¬tar contra el uso de la palabra «Descubrimiento» y para substi¬tuirla por otra que les parece menos polémica, como es «En-cuentro». En su trabajo, «Examen del tí¬tulo de la Conmemoración del V Centenario del Descubrimiento de América», incluido con otros valiosos estudios sobre el tema colonial americano, en su reciente >N*—" libro Temas Hispanoamericanos en su Quinto Centenario, (Méxi¬co. Porrúa, 1986), Zabala, con ma¬gistral conocimiento y objetivi¬dad, restituye las cosas a su ver¬dadera condición. Sobre ésto, yo, por mi parte, quisiera decir algu¬nas cosas. Descubrimiento hubo, ciertamente, también hubo mu¬chas formas de encuentro desde los de combate, hasta los de co-habitación y mezcla. No ha sido fácil determinar la verdadera na¬turaleza del complejo fenómeno. Muchas reacciones sentimentales, el ruidoso choque secular entre las retóricas de la Independencia con las de colonialistas y conser¬vadores, que le dieron el carácter de lucha política, las deformacio¬nes flagrantes de la historia ame¬ricana por los enciclopedistas del siglo XVIII, toda la visión de la Leyenda Negra que llegaba reves¬tida de la aureola del pensamien¬to más avanzado de Europa, con¬tribuyeron en muchas maneras a deformar, falsificar y oscurecer el tri-secular proceso que se inició el 12 de octubre de 1492. Para los europeos fue eviden¬temente un Descubrimiento que les presentó una nueva dimensión del planeta y de la concepción del hombre. Para los indígenas, de quienes nos han quedado menos testimonios, lo fue igualmente en el sentido de ponerse en contacto con hombres distintos, que repre¬sentaban una cultura nunca antes conocida. La palabra Nuevo Mundo, que empezó a usarse muy pronto, desde los escritos de Pedro Mártir de Anglería y de Vespucci, tuvo desde sus orígenes y conservó te¬nazmente el significado de nove¬dad geográfica, eran las islas y las tierras "novamente tróvate”. Esa sensación de novedad persiste por mucho tiempo para los euro¬peos, desde Colón hasta Hum- boldt predomina la descripción de una geografía y una naturaleza que eran impresionantemente distintas a las de Europa, a la que se añadía la de unos seres huma¬nos que nada habían tenido que ver con la humanidad histórica que habían conocido desde siem¬pre los hijos de Europa. Era, desde luego, una vista desde afue¬ra. Los españoles y otros europeos que más tarde se establecieron en América agotaron bien pronto la sensación de novedad. Con la pre¬sencia del indígena y del negro comenzó una nueva vida y una re¬alidad diferente. Tan diferente que, muy poco tiempo después de la llegada a América, los nacidos en la nueva tierra se sentían dis¬tintos y hasta hostiles a los recién llegados de la península. Con la llegada de‘ los españoles se había iniciado un descomunal proceso de mestizaje que abarcó todas las formas de vida, desde el alimento hasta las instituciones, desde la religión hasta el habla, desde la estructura social hasta la relación con el espacio y el tiempo. La ver¬dad, que todavía nos cuesta tra¬bajo ver con toda claridad, es que se había iniciado un hecho hu¬mano nuevo. Nunca fue un mero encuentro prolongado, en que los protago¬nistas mantienen sus identidades, como fue el caso en las coloniza¬ciones europeas en Africa y en Asia, en las que la cultura inva- sora y la nativa, a pesar de la con¬vivencia forzada, mantuvieron sus vigencias propias. Cuando los ingleses se retiraron de la India quedó la vieja India milenaria, con su espíritu, sus dioses y su fi¬losofía de la vida. Cuando terminó la presencia imperial española y portuguesa en la América Latina no resurgió el mundo indígena con sus lenguas, sus religiones y sus costumbres, sino que conti¬nuó desarrollándose aquella in¬mensa realidad de mestizaje que había formado una sola lengua, una sola religión y una sola cul¬tura fundamental. El hecho americano, al menos el de la América Latina, no fue el hallazgo de un Nuevo Mundo por los europeos, ni tampoco el en¬cuentro limitado de dos mundos, el viejo y el nuevo, sino la crea¬ción de un Nuevo Mundo, que fue profundamente diferente de los dos que le dieron origen. El gran hecho, que la humani¬dad entera debe conmemorar el próximo 12 de Octubre de 1992, no puede ser la llegada de los eu¬ropeos a un territorio desconoci¬do, ni menos aún el comienzo de una larga etapa de colonización, que de todo esto hubo, sino sobre todo y fundamentalmente el na¬cimiento de un mundo nuevo, dis¬tinto de sus progenitores, con una presencia original y un papel pro¬pio en la historia de la humani¬dad. Lo que la comunidad ecumé¬nica tiene que celebrar no es un mero descubrimiento, ni un pro¬longado y fructífero encuentro, sino la creación insólita y original del Nuevo Mundo, que es un hecho que ha cambiado y seguirá, cada día más, cambiando la his¬toria universal.

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