Eithel Castro es ingeniero agrónomo. Estudió en
Columbia y se graduó en Texas. Trabajó
22 años en el MAC y todos sus ahorros los invirtió en su aspiración de toda la
vida, una finca moderna en las feraces tierra del Yocoima. Las tierras, “un peladero”, como suele decirse
vulgarmente, pertenecieron a las Misiones del Caroní. Pasaron en tiempos de la
República al Colegio Federal de Guayana y finalmente a Antonio Liccioni,
fundador de El Callao, quien terminó vendiéndola a los arrendatarios. Por esa vía llegó a las manos de Eithel
Castro, quien pacientemente y a través de los años fomentó lo que es actualmente
el Hato Guacaima, connotado con el mismo nombre toponímico de esas antiguas
tierra misioneras.
Cuando
avanzo a cierta edad, Either Castro
transfirió el Hato a uno de sus cuatro hijos, específicamente a Pedro
Castro Fernández, quien siguió sus huellas recibiéndose en Estados Unidos de
Veterinario y quien elevó
técnicamente la finca de 1552 hectáreas
en la que miles de reses, búfalos y caballos pastan en hondonadas que llenas de
gracia y verdor realzan el paisaje
Either
Castro es hermano de la arquitecto Matilde Castro, a quien en los años sesenta entrevisté
en la Terminal de Aeropuerto de Ciudad Bolívar,
una mujer sonriente y muy bella.
Ambos son hijos de la última de las tres Eufemia de la familia. La
primera, hermana del General Marcelina
Torres García, Presidente en dos periodos del Estado Bolívar en tiempos de Juan
Vicente Gómez, casada ella con el irlandés Abdón Daly, a quien Gallegos en su novela
Canaima asume como “Bellorín, el bueno”.
El
Hato Guacaima está situado a unos 10 kilómetros de San Félix en dirección a
Upata y el paisaje del Hato que visité en estos días me trasladó a este pasaje de Gallegos en la novela Canama:
““Aire y clima suave sobre un valle
apacible entre dulces colinas (…) Unos montes lejanos, tiernamente azules” .
(AF)
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