En la Ciudad Bolívar, de finales de los años 40 del siglo pasado, vivía, estudiaba, creaba y trabajaba ardorosamente un hombre casi magro, espigado, que un día, después de la gran guerra que estremeció al mundo, abandonó la capital de las Bocas del Ródano que lo vio nacer y se vino para Venezuela, país casi vecino del Mato Grosso brasilero del que tanto oyó hablar en su juventud y el que algún día deseaba explorar para descubrir el mundo fabuloso de los indios.
Pero después de tantos años en la tierra de los venezolanos Henry Corradini encontró lo que buscaba, una población indígena, interesante de la que en siete años de continuo estudio pudo aprender.
Veinticinco mil pies de película filmados, infinidad de fotografías y un voluminoso material de datos que luego se vertieron en libros y revistas, pero no fue suficiente, hubo que inquirir más, aunque no fue posible, tratar de encontrar el eslabón perdido de la raza americana.
Empezó Corradini un día por los Panares y por los Makiritares, dos grupos étnicos con todo un cuerpo social y una filosofía únicos, establecidos acaso desde milenios, y comenzó aproximarse a los Chikanos, los indios más temibles y recelosos de, la selva guayanesa.
El Alto Sariapo, el Alto Cuchivero, el Erebato y el Sanemá fueron puntos familiares en la vida de Henry Corradini y a ellos iba durante mucho tiempo que le- quitaba a su Taller de Publicidad. Para esas excursiones, el pintor contaba con indios amigos y con su inseparable compañera la socióloga María Eugenia Villalón, graduada precisamente en los Estados Unidos con una tesis sobre la étnia Sanemá del Alto Caura.
Henri Corradini buscaba una forma ideal para vivir y la encontró sin poder adaptarseSegún me decía, los indios están viviendo lo que nosotros nos empeñamos con las variadas teorías del socialismo. En su vida cotidiana aplican conceptos que nuestros sociólogos buscan afanosamente para librarnos de las contradicciones e injusticias actuales. Entonces vivía acompañado de María Eúgenia Villaón, rodeado de interesantes pinturas surrealistas y de esculturas creadas por su genio de artista. Además de pinturas, había libros interesantes, luces apropiadas, una pequeña máquina de escribir, un toca-disco y un silencio tan solo perturbado por la lluvia y el paso ocasional de los automóviles.
Negaba ser sociólogo, antropólogo, arqueólogo, paleógrafo, tal vez porque carecía de títulos, pero podía ser todas estas especialidades reunidas porque hablaba de ellas con la propiedad de un especialista. La auto-didáctica a veces da valores superiores y más útiles a la humanidad y a la ciencia y aquí pudiéramos estar frente a un ejemplo.
Aseguraba que en la sociedad indígena podemos encontrar ejemplos de vida ideales. En las sociedades aisladas de la selva no se comercia ni existe el dinero. El individuo es a la vez creador y beneficiario directo de sus medios de producción. La, explotación -del hombre por el hombre es desconocida. El cacique se impone por su capacidad y manda por el ejemplo. No existe la fuerza de coerción policíaca y la libertad individual es cosa sagrada. El egoísmo y la injusticia no existen entre los indios. Por lo tanto, era opuesto a transculturar al indio A los indios debe dejarse tal como están mientras nada mejor haya que ofrecerles. (AF)
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