Sus
ascendientes provenían de los inmensos llanos del Guárico y de las montañas del
Yocoima y como el gran marino del estrecho que lleva su nombre, navegó por el
mundo de su fantasía creadora. Y guerreó durante cuarenta años hasta caer vencido y ahogado por el humo de las ramas que nos trajeron hace miles de
años los arucas del sur. Ellos, tal vez,
le trajeron y no lo sabía, el arte que llevó hasta Suiza su alumno predilecto,
el Chino Ramón Eleazar López
Lo conocí en 1969 bajo el ala sagrada de la poeta Mimina
Rodríguez Lezama, nativa como su madre en la tierra del Yocoima. Entonces daba
trazos sobre el lienzo con la sabiduría de un arquitecto venido del cielo, pero
que sabía de las miserias, de las deformidades, de esqueletos retorcidos que
muchas veces vimos retratados con fuerza en sus grabados.
Con uno de ellos, creo se llamaba
“Mecánicos L” (en la foto) ganó el premio mayor del Salón Estadal de Artes
Plásticas, auspiciado por la
Universidad de Oriente, la Casa de la Cultura y el Inciba. El jurado integrado por el
Lic. Félix Guzmán, profesor Arsenio Pasarini y doctor José Sánchez Negrón
fueron certeros y contundentes en el fallo.
Tenía 23 años y quería seguir los pasos del pintor de moda en esos años,
el Maestro Jesús Soto, hasta dejar ver su equivocación y retornar a su camino
expresionista y un tanto surrealista.
Era silencioso como un sabio y atlético
como un caballo de fuerza. Por la vía
del diseño y la fotografía llegó al periodismo e ilustró y redactó con el vigor
avasallante del artista. Siempre quiso
estar arriba como un potro desandando y
explorando caminos que se perdían en el infinito de sus aspiraciones. Tenía poder de convencimiento sin discutir
mucho. Era la vitalidad de su silencio entrecortado
por su voz de bajo lo que le aseguraba el predominio en los más variados y
complejos aspectos de la vida, incluyendo el del amor que le permitió
prolongarse 33 veces.
Alternaba sus creaciones plásticas con la
fotografía, la docencia y el periodismo, en puestos de dirección. En El Bolivarense, El Expreso y
finalmente El Progreso, diario tabloide donde quedó la huella
del periodista, del diagramador, del redactor y del director que en vida fue el colega.
Carlos Mejías, después que dejó su participación
docente y administrativa en el
IUTIRLA, tuvo la suerte de encontrar en
Rosendo Magallanes Guerra, su alter ego. Y es que el flamante editor de la Calle Vidal desde su juventud
cultivó el proyecto de un periódico que en El Callao se llamó
“La Voz
del Yuruary, y en Ciudad Bolívar “La Denuncia ”, pues bien, este semanario donde
Rosendo Magallanes estampó su impronta, se convirtió en laboratorio de El
Progreso, diario de profusa circulación en todo el ámbito regional en el que hasta el momento de su muerte sirvió en
calidad de director auxiliar aún con la salud paulatinamente cediendo a los
embates del tiempo que nunca pudo alargar más allá de su desiderátum. Perdió el equilibrio
en el peldaño 63 de este tiempo y cayó, como dijera Neruda, como piedra en la tumba, sin perder la compostura a pesar del
dolor que lo atenazaba.
Bien recordamos su página en Facebook “SOY UN VIEJO PERIODISTA, CON CASI 40 AÑOS DE ACTIVIDAD
PROFESIONAL ADEMAS, ME DEDICO A LAS LABORES DE ARQUITECTURA Y COMO ARTISTA
PLÁSTICO, EN EL CAMPO DE LA
PINTURA , ESCULTURA Y CERÁMICA. APARTE DE FOTÓGRAFO
PROFESIONAL".(AF)
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