Los bolivarenses eran amantes de los circos que anualmente, entre diciembre y enero, llegaban en barco a montar su carpa en Ciudad Bolívar y otros pueblos del interior. Bajo inmensas lonas sobres mástiles clavados en
El 27 de enero de 1942, el diario El Luchador dio cuenta de
que el Circo de Blacamán (Blacamán Circo)
concluyó su temporada en la ciudad, recogió su carpa y se marchó en
caravana hacia las minas de oro de El Callao.
También informa el vespertino que el fakir Blacamán no tuvo voluntad para resistir los
encantos de una linda guayanesa de nombre Teresa Weis, quien residía en la
calle Libertad, y terminó casándose con ella. Lo atribuyeron a la cabeza de la Zapoara aunque no era tiempo de su pesca y también, claro, que la guayanesa tenía lo suyo. Distinto
fue lo que le ocurrió al fakir Urbano
allá en Maracaibo. Este tenía mujer,
pero se le fue con el empleado que lo asistía durante el prolongado ayuno.
Urbano era un fakir venido del Brasil que se metía
durante treinta días en una urna de cristal y no probaba ni un bocado. Una
guardia permanecía a su lado. Si usted iba a ver a Urbano pagaba un real, desde
las seis de la mañana hasta las seis de la tarde y en la noche a medio real la
entrada.
La mujer de Urbano, con medio rostro cubierto y unos
grandes ojos azules, permanecía sentada en el suelo, en un rincón, con hermoso
traje hindú. Muy cerca un negro alto, muy de confianza de Urbano cuidaba de él
y de ella.
Tres testigos de la Prefectura se turnaban
cada cuatro horas. La misión de ellos, de acuerdo con la Inspectoría de
Espectáculos, era vigilar que Urbano cumpliera la palabra de no recibir
alimento alguno; sólo le daban un vaso de agua cada hora y orinaba por una goma
que tenía en el pipí. El orinoducto del fakir iba a un florero chino que estaba
cerca.
La mujer de Urbano se retiraba en algunas ocasiones a
las tres de la madrugada y otras a las cuatro, acompañada siempre por el negro
alto. Salía en silencio, como una sombra, cuando el fakir se quedaba dormido.
Una noche a eso de tres de la madrigada, ante la
sorpresa de los funcionarios de la Prefectura , Urbano abrió un ojo cuando la mujer se levantó y acompañado del
Negro salía en puntillas hacia la puerta del local. Urbano entonces interrumpió su estado de
letargo, se levantó y corrió detrás de la pareja gritándoles:
¡Desgraciados! ¡P…! ¡Perro!, pero el pobre Urbano
estaba tan débil que se cayó al suelo y se murió mientras el negro y la mujer,
sorprendidos no le quedó más alternativa que
ganar la calle y refugiarse en un hotel cercano.
Aquiles Nazoa que mantenía una columna periodística diaria publicó estos
versos festivos muy a propósito: “Achicharrado de calor zuliano / y durante una
de sus largas dietas / de las que derivó tantas pesetas / murió el famoso
ayunador Urbano / Debió la muerte hallarlo muy liviano / pues dicen que al
morir no hubo tretas / llevaba dos semanas muy completas / sin llevarse a la
boca ni la mano / La causa, sin embargo, de su muerte / no fue la java, no: fue
un golpe fuerte / que le dio la mujer con quien vivía / que en el momento menos
oportuno / dejó al ayunador en pleno ayuno / y se fugó con uno que comía /.
Más tarde, la prensa publicaría que en Europa,
específicamente en Francia, al fakir Urbano le había salido un competidor
de nombre Burma que anunciaba romper los record existentes pasando sin comer
entre serpientes, ochenta y cinco días. (AF)
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