Ignoramos la
clave del juego. Hemos preguntado a
colombianos amigos y buscado en el diccionario de la lengua y hasta en una
enciclopedia antigua, pero lo único es que se trata – La ropilla – de una
vestidura antigua de mangas cortas y que en Venezuela se le dice así a la toga
que usan los magistrados. Pero ha debido
ser un juego parecido o una variación
del Tresillo, sólo, que en vez de tres, la ropilla se jugaba con cuatro
personas y ganaba probablemente el que hacía mayor números de bazas.
Lo cierto es que el Libertador le atrajo temporalmente este
juego que luego tildaría de fastidioso, aunque al principio llegó a sostener
que no era puramente de azar como el monte,
los naipes, o el Para–Pinto a los dados.
Por eso llegó a irritarse cuando perdía.
En partidas en que iba siempre de pareja con el coronel Luis Perú de
Lacroix contra el general Carlos
Soublette y el comandante Herrera, se levantaba de la silla, jugaba
parado y hasta botaba los naipes y el dinero al abandonar el juego cuando la
fortuna no lo favorecía.
En el Diario de Bucaramanga escrito por Perú de Lacroix se
encuentra esta reflexión muy humana y del carácter temperamental de
Bolívar: “He perdido batallas, he
perdido mucho dinero, me han traicionado, me han engañado abusando de mi
confianza y nada de esto me ha conmovido como la pérdida de una mesa de
ropilla: es cosa singular que una acción tan frívola para mí como lo es el
juego, por el cual no tengo pasión ninguna, me irrite, me ponga indiscreto y en
desorden cuando la suerte me es contraria ¡Qué desgraciados deben ser los que
tienen el vicio o el furor del juego!”.
En el caso de la ropilla, para Bolívar
no era el de perder unas cuantas monedas lo que lo irritaba sino la flaqueza de
su habilidad de ciencia en determinada partida.
Por eso se justificaba diciendo que “no es dinero lo que jugamos,
sino que cada uno de nosotros mete en el
juego parte de su amor propio; cuenta con su saber, cree tener más ciencia que
los demás , y, esperanzado, con todo esto, se halla penosamente dessappinté cuando la mala suerte destruye todos sus
cálculos y su saber”.
Al final Bolívar no jugará más ropilla por llegar a la conclusión de
que era un juego lento y fastidioso que no excitaba ni ocupaba suficientemente
la imaginación. “Es preciso hallarse
en Bucaramanga sin saber que hacer, para ocuparse de tal diversión”, llegó
a exclamar para quitarse la ropilla de encima.
Y no sólo la Ropilla llegó a jugar Bolívar sino el Monte, un juego de
envite y azar, en el cual la persona que talla saca de la baraja dos naipes por
abajo y forma el albur, otros dos por arriba con que hace el gallo, y apuntadas
a estas cartas las cantidades que se juegan, se vuelve la baraja y se va
descubriendo naipe por naipe hasta que sale alguno de número igual a otro de
los que están apuntados, el cual de este modo gana sobre su pareja.
Lo que si es cierto es que Bolívar no conocía el ajedrez y si oyó
hablar del mismo en los círculos aristocráticos donde se jugaba, poco interés
tuvo no obstante que era el juego preferido de los militares puesto que es
símbolo de la guerra y su objetivo es capturar al adversario. El ajedrez precisamente entró a Europa a
través de la conquista de la península ibérica por los musulmanes. (AF)
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