Cuando a fines de abril de 1986,
la joven Ligia Fuenmayor dio a luz un niño con dos cabezas en la maternidad del
Centro Médico del Seguro Social de esta ciudad, los bolivarenses alarmados se
acordaron de José Berti.
José Berti era un
merideño de Tovar, cerca de Bailadores, donde Jesús Soto tenía una vivienda con
vacas lecheras y un taller para sus creaciones ópticas. Soto era un adicto al placer y la comodidad y
si hubiera podido tener una vivienda en cada ciudad del mundo lo habría hecho,
pero sólo tenía en Paris, Madrid, Mérida, Caracas y Araya del Estado
Sucre. En Ciudad Bolívar, para no
distanciarse de doña Enma, construyó una en el patio de su casa de bahareque,
frente al Club de los italianos.
José Berti no era
tan famoso como Soto, pero también gustaba de la seguridad residencial y por
eso tenía vivienda en varia partes.
Aparte de su hato El Cachimbo en el Alto Paragua, tenía una buena casa
en terrenos que ahora son predios de la Universidad de Guayana o del Jardín Botánico.
Pues bien, los
citadinos bolivarenses se acordaron de José Berti el día en que nació el niño con dos cabezas
porque en su novela “Hacia el Oeste corre el Antabare” da cuenta en uno de sus
capítulos de un dios con dos cabezas, parecido a Jano, al cual rendían culto
los Arecunas, pobladores del Caroní y Alto Paragua.
Por supuesto, los
habitantes de Ciudad Bolívar, aunque muchos creen en brujos y chamanes, y en echadores de cartas no creían, ni querían creer
en las especulaciones callejeras según las cuales esos gemelos fundidos en un
solo cuerpo tenían que ver con una hechicería ni menos que significaran la
reencarnación o resurrección de Atictó, el Dios de los Arecunas. Creían más bien en lo que decían los médicos,
especialmente, el médico genetista Otto Sánchez, que se trataba de una
malformación genética.
El caso de los
siameses monocigóticos, despertó curiosidad en toda Venezuela, más por
supuesto, aquí en Guayana. Incluso el
poeta José Laurencio Silva que estudiaba periodismo, decidió hacer su tesis de
grado sobre este fenómeno con la tutoría del mismo Otto Sánchez, quien para
entonces declaraba que 1.200 niños con mal formaciones habían nacido en el
Hospital Ruiz y Páez durante los últimos ocho años y que una nueva patología
estaba surgiendo, el síndrome X frágil que produce retardo mental en los
varones.
Los siameses que
causaron un impacto profundo y severo en sus padres, fueron bautizados por
Monseñor Samuel Pinto Gómez con los nombres de Pedro y Juan, poco antes de
morir. De suerte, que fueron directos y
están en el cielo, no sabemos si sentados en un trono como el Atictó que pinta
Berti en su novela. Un Atictó con dos caras, una representante del bien y la
otra el mal en un solo y único cuerpo.
Lo cierto es que
este Dios de los Arecunas fue hallado en uno de los Petroglifos extraídos de
Guri antes de ser inundado por efectos de las aguas represadas del Caroní. Cuenta la leyenda que una cara representaba
el bien y la otra el mal, ambas en un solo cuerpo. Acaso como lo Hermanos Vellorini de la Upata de los carreros, uno
bueno y otro malo, de los que habla Rómulo Gallegos en su novela Canaima ya en
el plano humanamente terrenal. Porque en
la mitología de los tribales, Canaima es la divinidad sombría y Cajuña, el dios
de la bondad. Dice Gallegos: “Canaima!
El maligno, sombría divinidad de guaicas y maquiritares, el dios frenético,
principio del mal y causa de todos los males que le disputa el mundo a Cajuña,
el bueno. Lo demoníaco sin forma determinada
y capaz de adoptar cualquier apariencia, viejo Ahriman, redivivo en América”. (Ahrimán, símbolo del mal opuesto a Ormuz,
símbolo del bien, en la filosofía dualista persa). (AF)
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