Si nos atenemos a ese año, siglo diecinueve,
vemos que es una tumba bien construida, de sólidos ladrillos artesanales y
mezcla mulata, con perfil casi monumental, sólo que la germinación vegetal
espontánea y desorientada la fue atrapando en sus raíces cual encorvadas garras visiblemente resistidas a dejar la presa.
El guardián del
Cementerio, del más antiguo cementerio de la ciudad, nos dijo que es un
Matapalo, también conocido como Higuerón, árbol silvestre de fuerte y
superficial sistema radical, de abundante látex, flores diminutas, unisexuales
y desnudas, de gran porte y que, por supuesto, crece sin saber que nunca podrá
alcanzar el cielo tan deseado por el joven forastero que descansa bajo sus
raíces desbordadas.
No es la
única. En el Cementerio hay unas cuantas
tumbas así, transfigurada por las raíces, el tiempo y la indolencia. Convertidas en peanas donde se agiganta el
héroe-árbol que eterniza la memoria de quien fue y se fue, sabe Dios por qué y
en qué circunstancias.
Quien sabe hoy de
Rudolf Ferdinand Gross. Por el nombre,
fue sin duda uno de tantos germanos, llegados aquí atraídos por el oro de
Caratal como lo fueron ese mismo año Carl y Max Geldner.
Pero Carl y Marx no
corrieron la suerte fatal de Rudolf Ferdianand.
Ellos , sobrevivieron a las altas fiebres de la malaria aunque
fracasaron en el intento de hacer fortuna.
El oro de Caratal, nunca llegó a sus manos y si no pasaron más escasez
fue por Ed Minhard, un alemán paisano que tenía allá un negocio de mercaderías y le dio refugio y trabajo temporal.
En esa tierra de
Caratal, lleno de cayeneros y antillanos, la vida era extremadamente rugosa y
rigurosa y la forma como velaban a quienes morían era realmente espantosa. Carl Geldner recuerda en sus relatos de esa
aventura colmadas de las más sorprendentes peripecias el velorio de Zenón
Fajardo.
Zenón Fajardo era
un venezolano conocido de Meinhard. El
hombre sufría de hidropesía y murió a causa de un tratamiento inadecuado. A Carl y Max le toco vesti9r el cadáver y colocarlo
en la urna porque los peones de la casa sentían aversión por ese trabajo.
Fajardo dejó algo
de herencia, por ese motivo se hicieron presentes sus amigos con la finalidad
de velar el cadáver y de disfrutar de una noche alegre por cuenta del
fallecido.
Compraron por
cuenta del cadáver 15 libras de café, 2
galones de ron, la misma cantidad de jerez, 24 botellas de vino, cerveza,
frutas en conservas, bizcochos ingleses,
200 tabacos y empezó con este abasto el espectáculo infernal, que
continuó toda la noche con baile, borracheras, comilonas y una interminable
algarada de chistes, gritos y canciones.
Carl y Max
cuentan que ya anteriormente, durante su
estada en el puerto de La Guaira, habían presenciado tales veladas, donde se
bailaba y divertía con música de guitarra alrededor del muerto, pero nunca nada
parecido a esta fiesta de Caratal y sus excesos, donde a falta de una mesa,
colocaron botellas, copas, alimentos y tabacos sobre la urna del extinto.
Casi seguro que
Rudolf Ferdinan Gross no corrió con la misma suerte de Zenón Fajardo porque
seguramente era católico y tenía dolientes divorciados de tales ritos
condenados por la iglesia. Por eso su
tumba atrapada ahora por un Matapalo fue levantada en el Cementerio de los
católicos y no en el contiguo construido en 1848 para inhumar los restos de los
que en vida profesaron religiones distintas. (AF)
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