El 28 de octubre de 1997, la prensa dio a conocer que el poeta de San Félix, Francisco Arévalo, ganó el Premio de Fundarte de Literatura 1997 por su libro “La Esquizofrenia de las golondrinas” identificado con el seudónimo Gutha.
El jurado calificador le otorgó el premio por tratarse de un texto que combina de manera ejemplar el rigor del lenguaje, la estructura narrativa articulada sin fisuras y un nivel poco habitual de lucidez literaria y conceptual.
El premio de Fundarte, auspiciado por la Alcaldía de Caracas, consistía para entonces en diploma, publicación de la obra y un metálico de 500 mil bolívares. Antes el poeta y narrador nacido en 1959 había ganado el Premio de Poesía Fundación La Salle 1988, la Bienal Alejandro Natera 1990, el Premio de Narrativa Bienal Nacional Eduardo Sifontes 1997.
Al año siguiente (1998) obtuvo el Premio Bienal Nacional de Literatura Tomás Alfaro Calatrava 2000.
Francisco Arévalo ha publicado los poemarios Briote, Nadie me reina en estos parajes de hormigón, Textos para insomne y recientemente en la Librería Orinokia bautizó “Razones de noctívago” editado por el Fondo Editorial Caribe que recoge, según sus propias palabras: “15 años de patear y respirar la atmósfera de la poesía”.
En narrativa ha publicado La esquizofrenia de las golondrinas, Adiós Matanzas en invierno, Santa Tragedia, Santa Nostalgia y Agrio de colmena.
Meses después le pregunté a Arévalo cómo decidió incursionar en la narrativa y me contó que estando en Caracas, se encontró un amigo que le dijo: “Yo estoy escribiendo narrativa, algo que tú no puedes hacer”. ¿Seguro, Carlos? Llegó a El Tigre y comenzó a escribir, a escribir, a escribir, hasta que la madre de sus hijos exclamó en tono de reproche: “¿Hasta cuándo tienes que escribir?”. Le respondió: “Manda a pasar esos textos” y Coro (profesora Coromoto Gil), su mujer, se caló toda aquella copiosa monserga y le dijo: “Pero, cada uno de estos textos están concatenados y todos tienen relación. ¡Esto es una novela!” y ensambló y ordenó todas aquellas 278 páginas que lleva por nombre La esquizofrenia de las golondrinas.
Entonces pregunté al poeta de San Félix ¿qué tenía que ver ese vocablo propio de la psiquiatría con las golondrinas, o si era figurado?
Me estás preguntando algo que... Bueno, cuando tú llegas a la Isla de Coche y te encuentras con aquellos caparazones sin poder hacer nada sino refugiarte en tu casa ¿Qué pasa? Bueno, tienes que estar al tanto que hay una cosmogonía que se está muriendo.
Total, que el poeta terminó de echarme el cuento de su primera novela que tiene como anécdota una vivencia de cuando estaba pequeño y tenía un farallón grandísimo donde se masturbaba con sus amigos y eso que para los muchachos era un gracioso placer o diversión, tuvo el desenlace dramático un día en que ya no podían hacerlo porque las golondrinas se volvieron locas, chocaban contra los muros, contra ellos mismos. De modo que las recogieron muertas y ese día el Poeta intentó comprender por qué las golondrinas no le entendían, pero al final se dio cuenta que no era que esos pájaros de cola ahorquillada no le entendieran sino que una planta industrial no entendía que las golondrinas necesitan de un ambiente puro para volar y fabricar sus nidos.
Con ese argumento, la novela ganó un premio y ¿cómo concursó? No lo hizo directamente sino que un amigo tomó esos papeles y los mandó al concurso de narrativa de Fundarte en Caracas y obtuvo el primer premio de literatura 1997 que patrocina la Alcaldía de Caracas a través de Fundarte.
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