El 27 de julio de 1995, el Gobernador Andrés Velásquez inauguró en Tumeremo un Centro de Investigación de Campo con el nombre de ese gran pionero en la lucha contra las enfermedades de nuestra selva que fue el doctor Francisco Vitanza.
Se quería con la puesta en servicio de este centro, construir una plataforma de lucha contra las enfermedades de la selva como la malaria y la fiebre amarilla.
Guayana es un foco endémico de Fiebre Amarilla y en Brasil en 1995 se venían presentando casos y defunciones por tal enfermedad. Desde 1979, Venezuela está en cero casos y cero muertes por esta enfermedad de cuarentena y de denuncia internacional en contraposición a que todos nuestros vecinos, Colombia, Brasil, Bolivia y Ecuador, son azotados periódicamente por la fiebre amarilla.
La única protección efectiva es la vacunación de poblaciones residentes en zonas endémicas.
En lo que respecta a las otras dos zonas de foco existentes en el país, zona Sur del Lago de Maracaibo y San Camilo (región sureste andina) están en expectativa y mantienen vigilancia epidemiológica permanente.
La vacuna anti-amarílica es la proveniente de la sepa 17-D de origen canadiense, evaluada por el IVIC, efectiva en un 100 por ciento, como generadora de anticuerpos, con una probabilidad de seguridad de por vida en el vacunado. Sin embargo, la Organización Mundial de la Salud aconseja la vacunación cada diez años.
El Aedes Aegypti es el transmisor de la fiebre amarilla urbana que el vulgo conoce como “pata blanca” y contra el cual fueron muy efectivas las campañas emprendidas desde los años cincuenta por el doctor Francisco Vitanza tanto en Altamira de Cáceres como en Monagas y finalmente en Guayana donde llevó a su mínima expresión los focos de Paludismo y de Fiebre amarilla que a comienzos del siglo pasado hicieron estragos en Guayana.
La fiebre Amarilla en Guayana tuvo su foco principal en la Upata de 1908 y al doctor Oxfor tocó enfrentarla con relativo éxito como bien lo registró en su libro “Geografía médica del turuary”.
Dice el Doctor Oxford, cuyo nombre llevó el Hospital de Upata por largo tiempo, que la epidemia de Fiebre amarilla comenzó en mayo y su aparición semejó por su brusquedad al incendio simultáneo de varios barriles de pólvora en un mismo depósito.
“Los dos primeros casos tuvieron lugar en una casa situada en un punto más o menos céntrico de la ciudad; el tercer caso, al sur de los primeros; el cuarto caso, al norte de estos tres; el quinto caso, al sur del cuarto; el sexto y séptimo casos, al sureste del quinto; y el octavo, al este del sexto y séptimo casos.
Esta manera sorprendente, a todas luces extraño, increíble casi, cuya acción simultánea en el desarrollo de la epidemia se hizo asaz resaltante, fue sin duda debida a la incomprensible causa, por parte de la Autoridad y del pueblo, que produjo la muerte de dos extranjeros en abril próximo pasado, a cuyas defunciones siguió la epidemia. No se habló entonces de Fiebre Amarilla; y en cuenta dé la gravedad y muerte de esas dos personas, la gente no tuvo escrúpulos en acudir a la casa mortuoria para unir su pena a la del señor Rouberoll, Jefe de la Compañía Minera de la cual formaban parte los extintos.
Por estas circunstancias no hubo el cuidado debido, ni se tomaron las medidas de profilaxia recomendadas: así se explica la propagación brusca e inaudita de la epidemia que consternaba a Autoridades y vecinos con las proporciones alarmantes de una hecatombe dolorosísima y cruel, agobiante y hasta inicua en sus azotes, como era de esperarse”.
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