martes, 9 de septiembre de 2014

Un cañón llamado "Burro Negro"


En Ciudad Bolívar había un cañón grande, pero manso porque nunca se utilizaba para destruir sino para anunciar cosas buenas como el advenimiento de la Noche Buena y el comienzo de un Nuevo Año.
El pueblo lo apodaba “Burro Negro” y cuando los soldados lo desplazaban para su utilización de un lugar a otro, casi siempre del Capitolio al cerro “El Zamuro”, iba montado sobre un par de ruedas rústicas.
Este cañón que tal vez fue en una época arma de guerra, había quedado en tiempos de paz para disparar salvas de honor a alguna autoridad o anunciar alguna efeméride o celebración importante.
Soldados acuartelados en el Capitolio, como antes se llamaba la hermosa casa de muros coloniales, restaurada y adaptada para un centro de artes, custodiaban y cuidaban al popular “Burro Negro” y a mediados de diciembre lo rodaban hasta el cerro seguido de la muchachada y en el momento oportuno lo atascaban con pólvora y arcilla y a la medianoche de la Natividad o cuando entraba el Año Nuevo, retumbaba “Burro Negro” con toda la fuerza y poderío de su carga haciendo más sonoro y emotivo el acontecimiento de la tradición decembrina.
Pero hace años se acabó “Burro Negro”  porque algún día tenía que suceder. Se cansó de estar anunciando la llegada de cada año y en una noche de la década del sesenta se desintegró con su propia y última onda de salitre, carbón, barro y azufre, sepultando así unos cuantos años de tradición. Tan sólo quedaron sus ruedas como estrellas vistas después en la carreta de un verdulero.
El porqué se escogió un arma de guerra para anunciar la llegada de la Navidad y del Año Nuevo cuando siempre se anhela paz, amor y felicidad es causa que no sabemos, pero lo cierto es que “Burro Negro” al acabarse como suelen acabarse todas las cosas del mundo terrenal, el anuncio de la Navidad y del Año Nuevo quedó circunscrito después y hasta los años cuarenta, a las doce campanadas del reloj de la catedral y a los pitos y sirenas de los barcos fondeados o surtos en el puerto fluvial de la ciudad.
En efecto, la ciudad ha crecido tanto que las campanas apenas se oyen y en el puerto ahora no atracan los barcos de la Real Holandesa ni de los de la Compañía Venezolana de Navegación. De manera y como quien dice, cada cosa en su tiempo, todo el mundo se pone al unísono con la hora de la Navidad y el Año Nuevo a través de la radio y la televisión que nos ponen el Himno Nacional a la medianoche y nos recitan Las Uvas del Tiempo que el poeta Andrés Eloy Blanco compuso cuando se hallaba exiliado en la madre patria.
Hasta los afamados dulces de doña Tina, infaltables en la cena de Navidad y Año Nuevo, desaparecieron como “Burro Negro”. Tina Bossio hacía multisápidos y polícromos dulces para toda la ciudad. La doña hizo casa y levantó familia a fuerza de confites de las variadas fórmulas heredadas de sus ascendientes oriundos de Cumaná, la tierra bendita del gofio y el piñonate. Tenían fama los dulces de Doña Tina pues satisfacía los más diversos paladares. Bienmesabe, dulce de higos, lechosa con piña, torta borracha y quesillos eran las clásicas confituras de los refocilados días decembrinos, sin incluir otras buenas variedad cuya demanda manifiesta se palpaba todo el año. Ella como bien lo dijo el doctor José Luis Candiales, en cierta ocasión, “endulzó el paladar de todos lo bolivarenses”.

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