La
sapoara, la bendita sapoara cantada por músicos y romanceros, es la alegría de
agosto no sólo por lo proteico de su carne sino por el paisaje natural exaltado
por la presencia de la curiara india y la atarraya.
Es un pez de fondo la sapoara, plateado y brillante,
que se pesca como la lisa de mar y cuya carne aderezada, especialmente la
cabeza, es el plato favorito de los guyaneses por la temporada de agosto
cuando comienza a migrar a medidas que
el Orinoco crece y rebasa las lagunas que quedaron aisladas durante el verano.
En agosto de 1971 se enervó la tradición de agosto
dado que hubo sapoaras los doce meses
del calendario y era porque los pescadores durante todo el año estaban yendo
sin control alguno, directamente a las lagunas marginales, hábitat natural del
codiciado pez.
De manera, que en agosto del año siguiente (1972),
comenzó a notarse la escasez debido no sólo a esta irregularidad sino porque la
crecida del río estaba por debajo de la cota que hace posible su conexión con
los cuerpos de agua que sirven de hábitat de este pez reputado como
universalmente único. Pero al fin aparecieron algunas y el ribereño pescador
que se veía desde hacía varios días oteándolas desde las piedras y estribo de proa de sus curiaras, se
manifestaba realmente ansioso de capturarla con su esparavel en punta.
A media que el Orinoco sube, mayor suele ser el cardumen
y el espectáculo de la pesca se manifiesta en todo su esplendor. Centenares de
guayaneses, cada año por agosto buscan acomodo a lo largo de la baranda del
Paseo Orinoco y forma parte del folklore tradicional de la pesca.
Pero es evidente que mientras más sapoaras haya porque
más crecido está el río, mayor también será el número de ribereños que tendrán el agua del
Orinoco visitando por lo menos el patio o la puerta de su casa.
Por la explotación irracional, los guayaneses
perdieron el tradicional pastel de morrocoy y el carapacho de tortuga durante
la Semana Santa y si continúa la pesca directamente en las lagunas, también se
perderá el tradicional plato de agosto que sólo el guayanés sabe degustar a
pesar de la espina Y siempre atravesada a la hora del convite.
En la
estructura esquelética de la sapoara existen huesecillos parecidos a la Y
griega. Detalle biológico que hace aún
más interesante este pez fusiforme de coloración vistosa que se captura en agosto.
El fin de tales apéndices intercostales es el de unir
costillas con costillas y contribuir a robustecer la armazón esquelética de los
peces con movimientos vigorosos como el morocoto y el coporo que también los
tienen y son grandes migradores.
La Sapoara es un pez migrador que se desplaza contra la
corriente y en consecuencia debe cumplir movimientos fuertes. Se ha investigado que una vez adulta, sale de
los rebalses en el período de aguas altas y recorre unos 400 kilómetros con
propósitos reproductivos. Aquí estaría
la explicación de este huesecillo parecido a la vigésima séptima letra del
abecedario castellano y a la que tanto tememos los devotos de la exquisita
vianda orinoqueña. Y la verdad es que la
ye o y griega siempre ha sido de temer, no sólo en el sentido gastronómico sino
que también suele hacer las veces de vocal y en su pronunciación puede
confundirse con la “ll”, pero su fin esencial siempre es el mismo, en ciertos
peces de agua dulce, para unir costillas con costillas y en el lenguaje
castellano para unir las palabras o cláusulas de una oración. (AF).
No hay comentarios:
Publicar un comentario