Moustaki
Olivares, hijo de griego y española, nacido en el barrio La Alameda de Ciudad
Bolívar, comenzó en 1973 a destacarse como pintor miniaturista y tallador del
azabache, sobremanera en dijes que los chamanes criollos prescriben contra el
mal-de-ojo que afecta a los niños, todavía en estos tiempos del celular y la
computadora.
Moustaki aún vive configurado con una tupida barba blanca ofreciendo sus miniaturas en las
puertas del Hotel Colonial, antiguo Gran Hotel Bolívar, en las galerías del
Paseo Orinoco. Últimamente lo hemos
visto mezclado con los buhoneros de la calle Venezuela. El azabache lo vende
como pan caliente engastado en cadenitas de oro porque las madres siguen
creyendo que libera a los recién nacidos de negativas irradiaciones de cierta
gente.
El azabache lo compra Moustaki por kilo
a los buceadores que lo buscan como perla en el lecho del Orinoco por las
inmediaciones de Moitaco, Palos de Agua,
el Torno y el Infierno, donde el río rompe con fuerza y arrastra esos fósiles
milenarios donde parece concentrarse la pureza de lo negro.
Pero, además de la talla del azabache,
Moustaki se conoce aquí y en numerosas ciudades fuera de Venezuela, por sus
pinturas en miniaturas que nada tienen que ver con las imágenes estilizadas que
pintaron durante los siglos XV y XVI artistas como Bihzād, cuyas obras denotan
un gran sentido del color, de la descripción y del dibujo y que marcó un estilo
seguido por sus discípulos. Entre los temas preferidos se encontraban motivos
de caza, de batallas y del ambiente cortesano, así como temas literarios. Estas
miniaturas, que cabían en la palma de la mano, las encargaban los clientes
ricos que las exhibían en acontecimientos sociales. Pero las miniaturas de Moustaki son casi
microscópicas porque caben en la cabeza de un alfiler y, por supuesto, para
apreciarla bien hay que utilizar una lupa.
Muy poco tiene que ver con la pintura
diminuta que antes de la invención de la fotografía, realizaban aristas para
ilustrar manuscritos y libros de la Edad Media y también para colocar en
medallas y otros objetos de la vanidad social.
Las miniaturas consistían en pinturas y dibujos
de figuras que representaban diversos temas de carácter sacro, similares a los
que llenaban los vitrales de las catedrales e iglesias en el arte románico
y en el primer arte gótico. Al final del periodo gótico, ya en el umbral del
Renacimiento o Edad Moderna, los manuscritos ilustrados se llenan de temas
civiles, profanos y galantes, y alcanzan su mayor apogeo con un nivel de
calidad excelente y una amplia difusión internacional, principalmente a través
de las cortes de la nobleza europea. A partir del siglo XVI, el auge de la
imprenta parece restar protagonismo a este tipo de costosas creaciones. El
último gran maestro iluminador, según hemos encontrado en las enciclopedias del
arete fue Giulio Clovio, a mediados del siglo XVI.
En los márgenes de las páginas de los manuscritos
era frecuente que se incluyeran distintos motivos ornamentales; los más
conocidos son los dibujos de las letras capitales o los que separan las
columnas de texto mediante motivos que representan arquitecturas fingidas,
arabescos y tallos con formaciones vegetales y hojas
que se enroscan por las márgenes de las páginas.
El término 'miniatura' deriva del minium, un óxido de plomo
de color rojo que se utilizaba como componente de la tinta fundamental que se
comenzó a emplear para la iluminación de los códices manuscritos en letras capitales,
márgenes y posteriormente, con la evolución de la ilustración medieval, en
representaciones de gran colorido y complejas composiciones.
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