En 1967 visité Maripa y aprecié que un hombre
carnicero tenía entre sus gustos, el de coleccionar gatos de toda maña y
tamaño, sin preferencia por alguno en especial.
A todos los llamaba “Pancho”, fuese hembra o macho,
negro, rubio, blanco o con pintas, y cuando gritaba con manos en la boca a lo “Tarzán”:
“Panchoo!!
Panchoo!, toda la gatera se reunía en el corral a recibir su ración
diaria de pellejo. Hasta 1967 contaba
ochenta gatos en su patio, sin incluir los que había regalado con “dolor
de mi alma”.
La
madre de la manada tenía catorce años y siempre se veía embarazada y feliz de
su numerosa prole. Orgulloso también de
tantos felinos se manifestaba Juan Herrera, así se llamaba el
carnicero e intermediario en el comercio de ganado en pie- ante las personas
que dentro o de fuera lo visitaban. Pero
llegó el día en que se vio en aprieto porque el vecindario comenzó a quejarse
de que ya no aguantaba más los gatos, sobre todo por las noches, con sus
gruñidos, relinchos y llantos a la Luna.
Sin embargo, otros más distantes se manifestaban contentos porque en el
pueblo del Caura casi no había ratas ni ratones y las lagartijas vivían
espantadas.
Trabajo
y calentura pasó una comisión de médicos veterinarios del MAC y Sanidad que de
tanta quejas se desplazó al lugar con la
misión de vacunar a los gatos contra el mal de rabia, pues los animales debido
a la vida que llevaban y al medio rural donde vivían, se habían vuelto
peligrosos y, por lo tanto, difícil de atrapar.
El día de la vacunación, Juan Herrera gastó más pellejo que de costumbre
y se volvió una furia cuando dicha Comisión le propuso exterminar la cuarta
parte de los gatos.
Liquidar veinte de mis gatos. Ustedes están locos. Si hubieran vivido en el antiguo Egipto,
habrían pagado con sus vidas tal desafuero criminal Dijo Juan pensando en lo que le habían
contado o leído en alguna revista o periódico.
Que
las leyes del faraón impusieron una protección rigurosa para los gatos. Quien
matara a uno de los pequeños felinos se arriesgaba a la pena de muerte. Se
cuenta que un dignatario romano que mató accidentalmente a un gato fue linchado
por la población a pesar de la petición de calma del faraón, deseoso sobre todo
de que Roma no interviniese en su territorio.
Era que para los egipcios el gato era un animal
sagrado al igual que las vacas para los hindúes. Se los
consideraba animales sagrados ya que estaban relacionados con el culto a la
diosa Bastet, símbolo de la fertilidad y la belleza, En la Inglaterra
victoriana se consideraba que si unos novios recién casados se encontraban con
un gato negro, esto simbolizaba prosperidad en el matrimonio. Y los marineros
creían que tener un gato a bordo les traería buena suerte. Más aún sus mujeres
solían tener uno en casa, ya que esto parecía "asegurar" que sus maridos
volverían sanos y salvos a sus casas después de la travesía.
De suerte que numerosas razones
había para justificar la existencia y permanencia de la gatera. Sin embargo, los de la Comisión no se
quedaron callados y respondieron que menos mal que el carnicero Juan Herrera no
vivió en la Edad Media, donde gatos y dueños de gatos eran perseguidos y
quemados por estar vinculados a la brujería.
Para ellos los gatos negros eran brujas transformadas en tales, motivo
por el cual los gatos eran perseguidos, cazados, metidos en sacos, quemados en
hogueras y decapitados.
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