El conocido explorador de origen letón, Alejandro Laime (59 años) partió el 8 de noviembre de 1970 por enésima vez a explorar la gran meseta del Auyantepuy, de donde se desprende la caída de agua más elevada del planeta.
Pretendía en la ocasión explorar zonas distintas a las ya exploradas por él, siempre en busca de un río con lecho dorado que Jimmy Ángel dijo haber visto en uno de sus arriesgados vuelos en 1937.
Laime vivía convencido u obsesionado de la existencia de ese río dorado y respondía cuando era interrogado: “Yo creo que hay algo. Hay formaciones que me llevan a creer que existe oro en el Auyantepuy, pero la Meseta es inmensa, 440 kilómetros cuadrados, y difícil de explorar. Hay desniveles, piedras de todos los tamaños como estatuas o monumento megalíticos, precipicios, numerosos ríos, ciénagas que hacen casi imposible cualquier exploración”.
Contaba Laime que en la Meseta existen formaciones rocosas donde la voz se repite en eco hasta siete veces durante diez segundos. Cada vez que sube, juega con el eco como un niño. Le encantaba que la montaña repitiera su nombre y estaba preparado para morir en ella.
A la exploración de esa meseta misteriosa y alucinante, donde las precipitaciones son intensas y frecuentes las tormentas, dedicó la mayor edad de su vida Alejandro Laime y había sacrificado hasta entonces quince años de su profesión de ingeniero civil. Quince años sin ejercer la profesión por estar metido en la selva buscando el Dorado que nunca pudo encontrar Sir Walter Raleigh ni siquiera al precio de su cabeza y de la sangre de su hijo.
En noviembre de 1970 cuando conversé con Laime me dijo que no sabía cuánto tiempo estaría esa vez en el Auyantepuy. Llevaba buena carga de bastimento en avión con destino a la Misión de Kamarata y desde allí caminaría a pie durante nueve días hasta encontrarse con su destino.
Laime aprovecharía esta expedición para estudiar bien la existencia de tectitas en la Formación Roraima, pues la petrográfica sedimentaria venezolana tiene conocimiento de la existencia de tectitas halladas en Venezuela y que proceden de la luna.
Con relación a un cable de prensa donde el doctor Dean R. Chapmán, del laboratorio Ame de investigaciones de la Nasa, declaró que las tectitas halladas en la tierra son de la luna.
Las tectitas son vidrios meteoritos genéticamente relacionados con procesos volcánicos y que hace más de treinta años fueron reconocidos por primera vez en Venezuela por Emilio Menotti Spósito, erudito abogado merideño, aficionado y colaborador de la mineralogía. Él dejó referencia en su publicación “Minerales del Museo de Mérida”, del cual fue fundador.
Las tectitas merideñas se presentan en forma de lágrimas de los más variados colores y se encuentran en los sedimentos y aluviones de los ríos de esa región. Otro tipo de tectitas fue estudiado por el geólogo J. N. Perfetti durante los años 1943-1945 en los campos petroleros del Distrito Bolívar en Zulia.
El científico guayanés decía que estas tectitas ocurren en viejos sedimentos y que la caída de tectitas, hace más o menos de 35 millones de años a que se refiere el científico de la Nasa, concuerda con la edad de los sedimentos venezolanos.
Sería curioso reconocer las tectitas dentro de los sedimentos de las Formación Roraima que es la madre roca de los diamantes, pero observaba el doctor Perfetti que esas rocas tienen una vejez de tres mil millones de año y que siendo la luna contemporánea, habría que buscarle otra procedencia distinta a la luna.
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