En 1971, en la Galería de Arte del
Inciba en el Palacio de las Industrias, Sabana Grande, Caracas, el entonces
joven artista guayanés, José Joaquín
Latorraca, debutó con una exposición de
su obra plástica.
Se
trataba de diez estructuras agrupadas bajo el nombre de “Formas arrojadas al espacio”. En la composición de las piezas,
Latorraca utilizó madera, luz artificial, material plástico y hierro, elementos
todos enderezados a lograr un efecto de sombras. Estaba en puerta la inauguración del Museo
Jesús Soto y un gran revuelo por el arte se observaba entre los jóvenes que de
alguna manera se agrupaban para hacerse sentir.
Latorraca
se desenvolvía dentro de un grupo de artistas diverso formado por Ramón Antonio
Morales, Andrés Fajardo, Luis Carlos Obregón, José Félix Bello, Trino Pulido,
José Rosario Pérez (pintores), Ammy Hernández, Víctor Ortiz y Genaro Vargas
(Titiriteros), Rafael Bastidas, Ángel del Valle Morales, Andrés Eloy Morales
(músicos) Jesús Colina, Atie Mocoult, José Laurencio Silva y Abraham Salud
Bitar (poetas). No tenían más sede que
la calle abierta o la Plaza Bolívar como otrora
el Grupo Auroguayano para opinar y discutir sobre temas del arte en cualquiera
de sus manifestaciones.
El
salto a una galería caraqueña lo daba
José Joaquín Latorraca después de haber hecho exposiciones locales en el Paseo
Orinoco, Casa de la Cultura, Galerìa 17.9 y Galería AGAP. Para entonces el poeta Rafael Pineda, quien
trabajaba para el Inciba, lo calificaba de pintor neo-constructivista.
Hacia los años
sesenta el arte de la abstracción perceptual había hecho su aparición
manifiesta. Joaquín Latorraca y
José Rosario Pérez, el primero hijo de un periodista, y de un sastre el segundo, andaban
por las aulas liceístas tocados en
alguna forma por la efervescencia revolucionaria
que tenía sus núcleos más sensibles en las universidades,
en las Casas -de Cultura y en las galerías caraqueñas.
Soto, Cruz Diez, Narciso Debourg, Omar Carreño, ya se entendían en París con el Movimiento óptico y cinético y a Venezuela
llegaban los destellos de Agam, Calder, Duchamp, Vasarely y otros atrapados por la magia del nuevo arte que rompía bruscamente
contra todo lo que oliese a fígurativismo.
José Rosario Pérez y Joaquín Latorraca no dejarán la
escuela de la pintura tradicional sino ocho o diez años después cuando la Casa de la Cultura de Mimina
Rodríguez Lezama, la Galería Nivel 17.9 de Lobelia Guzmán y el Grupo
Araña de José Quiaragua Pinto, Enrique Aristeguieta,
José Laurencio Silva y Oswaldo Páez servían de fermento a las inquietudes juveniles, también motivadas por las visitas frecuentes de Jesús
Soto y de los artistas que junto con el pintor
guayanés estaban detrás de la idea
de un museo de arte moderno para Ciudad Bolívar.
Latorraca debutaba en el arte moderno con sus formas arrojadas al espacio, mientras José Rosario Pérez veía en la abstracción
geométrica una posibilidad de recreación creativa mayor que la del
carboncillo traduciendo la expresión facial
de la gente.
A partir de allí no ha habido pausa en el camino trazado. Latorraca ha quemado varias etapas sin caer
en retroceso ni en desviaciones y lo mismo
se puede afirmar de Pérez, con quien
confrontó en la Sala de Arte Sidor en diciembre de 1984 cuando la dirigía
la Nena Acosta. Esa misma sala había
exhibido no hacía mucho esculturas
del inglés Henry Moore y serigrafías del alemán Josef Albers, con su homenaje al cuadrado
que resalta el hecho de la dinámica óptica variando
la relación tanto métrica como cromática.
En la sala de Arte de Sidor, José Joaquín
Latorraca había llegado a lo que él
llamó "Formas Vectoriales"
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