El Callao es un pequeño valle rodeado de suaves colinas que soporta
una población minera de característica cultural muy singular. Como
pueblo data de 1864 y está enclavado en las antiguas tierras de San
Félix de Tupuquén, que datan de 1789.
El Callao ha trascendido tanto por su oro como su ritmo el calipso de
herencia antillana, pero no obstante ser herencia antillana, tiene
aportes de la realidad venezolana. Es un ritmo en cierto modo diferente.
Los materiales del calipso calloense, como en una ocasión nos dijo el
doctor en música Leopoldo Billi, nos ofrece el golpe del tambor,
diferente al antillano que tiene al steel band. Predomina además la voz,
en cambio que en las Antillas no cantan, es puro instrumento.
Los instrumentos de calipso de El Callao son bumbac, maracas,
cencerro, bajo, guitarra y rayo. Una solista y un coro seguido por la
gente que danza detrás de las comparsas. Los disfraces, de reminiscencia
o ancestro africano, distinguen los carnavales de las otras fiestas
tradicionales del lugar.
Comparsa popular de El Callao fue desde su fundación en 1956 la de la
Negra Isidora. Poco antes de morir quedó disuelta y sus miembros se
disgregaron en otras comparsas, entre ellas, la conocida Renovación de Chuo; Nueva Onda, de los Hermanos Clark; Creación, de Miguel Gadlardi; Agricultura, de Jesús Lugo y Protesta, de Ray Rodríguez.
En El Callao todo el tiempo es de calipso. Aún el duro golpear de la
barra del minero sobre la roca lleva el ritmo del calipso. En inglés,
francés, holandés, en español o simplemente en patois, no importa, el
ritmo siempre es el mismo aunque el de El Callao tiene sello propio y
prescinde de los tambores de acero.
En El Callao, imán de todo el país, los tambores suenan desde la
noche de Pascua y Año Nuevo y se empatan con el Carnaval y las fiestas
patronales y como Ulises no hay quien escape seducido por el ritmo de la
ninfa del lugar.
El verdadero Ulises, al que le canta Homero en la Odisea, pasó muy a
pesar de Penélope 8 años en la isla del Ogigia del mar Jónico después
del tormentoso naufragio en zona de las Rocas Erráticas.
Calipso era la diosa o reina de la isla y de ella dice el historiador
Horacio Cabrera Sifontes que vino el nombre de ese ritmo de percusión y
campanilla que compite con la deliciosa y erótica samba brasileña.
Horacio Cabrera escuchaba el cuento desde que era niño travieso en
una escuela de Trinidad. A él se lo referían las hermosas Madamas del
lugar y recuerda de entonces un calipso muy típico y popular que a todo
el mundo contagia: Jingolee oh, tire me donkey down there.
El calipso, a decir de Cabrera Sifontes, nativo del Yuruary, pero
vivido mucho tiempo en las Antillas, nace en Martinica y a través de las
martiniqueñas llega a El Callao a principio de siglo. Las fiestas
eventuales de las martiniqueñas en El Callao animadas por el calipso
fueron trascendiendo de tal modo que llegó un momento en que el pueblo
no quería bailar ni conocer de otro ritmo que no fuera el calipso. El
ritmo contagiaba a las masas y tomaba las calles como las sigue tomando
en Pascuas y Año nuevo, el Día del Carmen, en los carnavales o el día
del Minero. Porque El Callao ha sido siempre un pueblo minero como lo
demostraba Josua, interpretando en ocasión propicia el popular Blody Man
Down (Lamento Minero).
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