René escribió dieciocho obras literarias, de las cuales dio a conocer trece, incluyendo ésta, que libramos del pecado original. Porque, como las criaturas, también las obras humanas despiertan a la vida con la bíblica culpa de la tentación. En este caso, la obra de René fue el producto de ese estado de enervación del hombre que lo hace sucumbir ante el bocado que para los poetas significan las manzanas del tiempo y de la vida.
La poesía tiene raíces como los árboles, me dijo en cierta ocasión el poeta Méliton Salazar, y si tal afirmación es válida, esos árboles tienen frutos que pueden ser buenos o malos, tal vez como el árbol del bien y del mal, capaz de tentar a quien se sienta atraído por un misterio que luego habrá de disfrutar y padecer.
Escribir un poema es como compartir con Eva la manzana del Paraíso, es por lo tanto, enfrentar el riesgo que significa demoler las barreras que guardan como hidras de Lerna los enigmas de la vida impuestos por el Creador a todos cuantos quieren imitarlo o hasta emularlo.
Dios es el Cosmos y en cada poema arde con la sordina del humo el ascua de una estrella que el padecimiento del alma va transformando en canto. En canto que luego se difunde tanto cuanto innata sea la pureza de quien gravita en el espacio infinito de la existencia.
La poesía es el producto de una emotiva tentación irresistible que al final se padece y que en su misma esencia se advierte ese padecimiento como cuando, por ejemplo, el poeta atrapado por el crujiente discurrir del río, expresa: “Pero si cruje de dolor bravío / entonces van su corazón y el mío / hacia el lejano mar que es llanto y nieve”.
El poemario de René Silva, distinguido con el primer premio por el jurado de un certamen literario patrocinado por la Federación Médica Venezolana, editado con prólogo de su presidente el doctor Douglas León Natera, consta de dieciséis poemas vertidos en 72 páginas. Poemas dispersos, pero que guardan una relación íntima, existencial, donde la técnica en algunos casos está signada por el momento crítico de la creación.
René Silva, nacido en Ciudad Bolívar el 8 de diciembre de 1935, además de escritor y poeta fue profesional de la medicina especializada y político que llegó a ser gobernador del Estado Bolívar y presidente del Concejo Municipal de Heres. Aunque siempre picado por el prurito de la política, comenzó a sentir la necesidad de escribir ya en los albores de la jubilación cuando publicó “Retazos” (1989), un libro mitad poemas, mitad relatos y que fue como globo de ensayo para medir sus posibilidades de aceptación en la creación literaria.
Luego publicó “En el nombre de Hipócrates”, su segundo libro que amaneció como la historia novelada de un médico que invocando al padre de la medicina distorsiona los principios de la deontología médica.
“La Tea encendida” (novela), “Flash y la Memoria de la ciudad” (testimonios), “El CDN y la disolución” entre otros. Su libro que mayor atención llamó por su material polémico fue “En el nombre de Hipócrates” (1988) que testimonia las debilidades y miseria del ejercicio de la medicina. Siendo estudiante en 1949 había publicado el poemario “Las Pirañas del cielo (AF)
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