La parte dispositiva del decreto se contraía a lo siguiente: “se prohíbe a partir de las 6:00 de la tarde durante los días de labor y durante todo el día y la noche de los días feriados, circular por las calles, plazas y paseos y a asistir a los locales de espectáculos públicos, trajeados en guardacamisa, camisa o en cualquier otra vestimenta que dañe la moral pública y afee la buena compostura propia del vestir, Los infractores serán sancionados con multas de 25 a 50 bolívares o arresto proporcional”.
La medida municipal fue ejecutada inmediatamente y sin reparos por el gobernador del Distrito, Antonio Olivieri (entonces los distritos tenían gobernadores en vez de prefectos). Quienes repararon o se quejaron, pero a sotto voce, fueron los bolivarenses de algunos sectores pobres. De allí que la disposición edilicia no permaneciera vigente durante mucho tiempo.
Quedó meses después circunscrita a los Tribunales de Justicia, ubicados entonces en calle Dalla Costa, por lo menos, desde que el doctor Reinaldo Sánchez Gutiérrez fue designado Presidente de la Corte, pues fue él quien dispuso la obligatoriedad aún mantenida creo, del uso del paltó tanto a jueces y abogados como a ciudadanos que traspongan hacia adentro el umbral del Palacio de Justicia.
Fue en esa ocasión cuando el gordo Natalio Silva, sastre popular que tenía su taller en la calle Dalla Costa, al lado del negocio de Pedro Montes, en la misma cuadra de la sede de los Tribunales, hizo su agosto alquilando paltós de todas las tallas y colores, sólo que no todas las veces la talla y el color venían a tono con el usuario, de tal forma que eran unos cuantos los curiosos que se reunían en la Esquina del Café España (diagonal a los Tribunales) para disfrutar de los “espantapájaros”, de aquellos, por ejemplo, que siendo de talla 40 se veían en la perentoria necesidad de embutirse en un paltó talla 30 o viceversa.
Todavía el diseñador de moda estadounidense Ralph Lauren no había popularizado la chaqueta de hoy día, que bien hubiera podido salvar de la situación a quienes carecían de traje de percha.
El doctor Francisco D’Enjoy, que se cree influenció en Sánchez Gutiérrez para que tomara la medida, solía comentar que toda la ciudad debía vestir bien. Acabar de alguna manera con los desaliñados que iban por la calle mostrando su miseria urbana. Se le podía tolerar a los caleteros mientras descargaban los barcos llegados al puerto, pero hasta las seis de la tarde, después de esa hora tenían que bañarse y acicalarse si debían concurrir al cine o a otro espectáculo público.
Insistía D’Enjoy que había que restituirle a la ciudad su buena imagen y que la pobreza no estaba reñida con el aseo y la buena presentación. El bien vestir proyectaba la imagen de la ciudad hacia afuera, aunque “el hábito no hace el monje”, lo cual es cierto desde el punto de vista ontológico, pero nos libra de picaduras. Los misioneros en tiempos de la conquista y la colonia pudieron librarse o resistir las zoonosis de la selva gracias a sus gruesos balandranes que los cubrían desde la cabeza hasta las sandalias. Así pudieron salvarse del anófeles Darlinge y el Aedes aegypti, es decir, de la malaria y la fiebre amarilla (AF)
No hay comentarios:
Publicar un comentario