En esta interrogante no juega el azar como en el Quiminduñe, sino que tiene elementos lógicos de asociación que ayudan a razonar. Una estructura diferente, pero de entretenimiento.
Estos juegos infantiles y populares que nunca pasaron de moda durante un siglo, sino que echaron raíces en la tradición, llegaron a la región por la vía de la colonia o la inmigración y cada pueblo donde se sembró le impuso la impronta de su temperamento.
En el Quiminduñe juega alternado el azar sujeto a dos opciones y entre dos personas con recompensa para el que acierte. En el Oriente venezolano, se mantuvo hasta su extinción la forma tradicional y se jugaba con maíz tostado, maní, caramelos o metras.
En Ciudad Bolívar se sustituyó el clásico Quiminduñe por un verso figurativo y se adoptó como objeto motivador el fruto del Paraparo convenientemente utilizado para jugar metra; la canica, que también nos viene del Oriente, específicamente de Egipto, fue inventada antes de Cristo y se extendió por toda Europa e Hispanoamérica.
El Paraparo es una planta alta y frondosa de la familia de las Sapindáceas cuyo fruto es la parapara que viene envuelta en pulpa y cutícula jabonosa. De allí el nombre de Jaboncillo que también le dan o le daban las lavanderas del Orinoco y otros ríos a la hora de estregar la ropa. Es tóxica la cutícula y esto lo conocen desde tiempos remotos nuestros indígenas que la utilizan para pescar “barbasqueando” las aguas.
La fructificación comienza en enero y termina la maduración justamente los días próximos a la Semana Santa. La parapara, además de utilizarse en los juegos de la canica y el Quiminduñe, se emplea en la artesanía para collares, zarcillos, pulseras, trencitos, muñequitos y otras curiosidades.
Taparita rastrera le dicen los citadinos a una mata de hojas pecioladas y alternas, tallo delgado rastrero, silvestre, que germina espontáneamente en las márgenes de los ríos o en ciertos botaderos de basura. Parecida a una cucurbitácea como la calabaza y el pepino, se expande sobre la tierra y al despedirse la estación lluviosa florece y al marchitarse la flor, el capullo se vuelve taparita, suerte de calabacino globoso de variadas formas, entre ellas, la de bellota, ingeniosamente utilizado para la zaranda.
Esta bellota o taparita se ahueca por el centro y es secada al calor del Sol. Se le atraviesa un eje de madera, fijado luego con cera de abeja para que de tal manera quede transformada en zaranda. Si queremos producir sonidos musicales, le hacemos orificios por los costados para evitar una zaranda taratatera. El juego consiste en hacerla bailar mediante una cuerda enrollada en la punta saliente del eje, valiéndose de una paleta que tiene un agujero por donde pasa el cordón.
Semejante a la zaranda es el trompo que se hace bailar tras ser lanzado al piso luego de ser enrollado con un guaral desde la punta de tornillo hasta su parte redonda más abultada. El juego entre varios, consiste en aproximarse lo más posible a una raya trazada en el suelo. El que al final de la ronda queda más distante pone su trompo de aguantador. ¡Troya! dice el lanzador. “Al trompo”, responde el aguantador. “Ni frío ni arrepunjao, que el que no pique una cuarta fuera de mi trompo pierde (AF)
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